La arbitrariedad, necesaria para hacer la acción de un juego impredecible, es una cuestión difícil de implementar en un dispositivo mecánico.
La atracción de la lotería, los dados u otros entretenimientos de azar radica en la incapacidad de los participantes de dilucidar los resultados y en la posibilidad de que cualquiera pueda resultar agraciado.
Aplicar esta aleatoriedad a un juguete es lo que algunos fabricantes de principios de siglo intentaron al lanzar al mercado modelos que buscaban, con mayor o menor éxito, introducir ese elemento de incertidumbre en los juegos de mesa para niños y adultos.
Casas como la francesa JEP, la estadounidense Wolverine y la británica Chad Valley se inspiraron en las carreras de caballos, un tema muy recurrente debido al seguimiento que despertaba en esos años, para crear una serie de juguetes novedosos y entretenidos capaces de trasladar esa emoción a los jugadores.
JEP, una compañía gala fundada en 1899 bajo el nombre S.I.F (Société Industrielle de Ferblanterie) que en 1928 pasó a denominarse Jouets de Paris y unos años más tarde Jouets en Paris (JEP), comercializó algunas bellas unidades de este tipo.
La empresa, que también producía trenes, barcos, submarinos e impresionantes modelos de coches a escala, se caracterizaba por la alta calidad de sus creaciones, muy por encima de la media de la industria del país vecino, algo que puede apreciarse en las unidades y fotografías que ilustran este reportaje.
Se trata de dos versiones de un juguete de mesa basado en las carreras de caballos que se presenta dentro de una caja de madera recubierta de papel y viene acabado en metal de colores, con los equinos pintados y rematados en plomo.
Datados entre los años 1910 y 1930, funcionan gracias a una palanca central que al accionarla mueve una serie de barras interiores conectadas a cada uno de los caballos que, en virtud de la fuerza ejercida, se desplazan por el hipódromo circular con suelo de fieltro ganando el que tenga la cabeza más adelantada.
La unidad, divertida pero poco fiel en comparación con una competición real, incluye en el centro una pieza circular en forma de plato donde los jugadores depositan sus monedas para apostar por la montura escogida, y lleva un soporte para colocar un mastil con la bandera francesa.
Según los distintos modelos que se manufacturaron, la pista puede ser doble o sencilla y mostrar diversos adornos para representar los obstáculos y las vallas, mientras que el número de equinos oscila entre cuatro y ocho.
Este tipo de juguete de azar fue mejorado, al menos desde el punto de vista de la arbitrariedad, por otras firmas como la americana Wolverine que en la década de los veinte presentó un hipódromo mecánico en hojalata litografiada cuyo movimiento aleatorio era logrado gracias a una mecanismo compuesto por un cilindro y una serie de bolas de acero que al ser golpeadas provocaban el desplazamiento de los caballos.
Otras muchas casas jugueteras, como Chad Valley con su famoso Escalado, siguieron este camino y todavía en los años sesenta existían en el mercado referencias inspiradas en estos modelos clásicos.
Un ejemplo es la sencilla peonza de origen alemán que cierra este post donde dos equinos corren bajo una cúpula de metacrilato gracias a la fuerza ejercida al presionar una barra facetada.
Juguetes que encuentran en el azar un elemento innovador con el que seducir a los compradores.