Entre los accesorios y el arsenal de seducción decimonónico de las aristócratas y burguesas pudientes destaca un pequeño objeto, adminículo para los especialistas, que conjuga practicidad, belleza y atractivo en sus versiones más exquisitas.
Un complemento femenino que durante el romanticismo forma parte del juego del alambicado protocolo y la comunicación interpersonal no verbal y transmite, al igual que el abanico o el pañuelo, el estatus socioeconómico de su propietaria e indicios sobre sus intenciones y deseos.
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