Los impertinentes, definidos como anteojos con mango, y los binoculares de ópera, precursores de los populares gemelos de teatro, representan, junto a los binóculos de tijera, los monóculos, las antiparras, los espejuelos y los quevedos, distintos estratos en la evolución de la fabricación de lentes que culminan en la gafa moderna.
Estos accesorios, que combinan moda y funcionalidad, se hicieron muy populares entre las clases medias y acomodadas en los siglos XVIII y XIX y su manufactura destila elegancia gracias a la variedad de diseños y al gusto por embellecerlos con materiales nobles como oro, plata, carey, hueso, ámbar, marfil, piedras preciosas, bronce y esmalte.
Si bien el conocimiento de lentes de vidrio pulimentado se remonta a la Antigüedad, la falta de transparencia de estos ejemplos tempranos hace pensar que carecían de capacidad óptica y que su empleo se circunscribía al ámbito decorativo.
Habrá que esperar a la Edad Media para encontrar los primeros instrumentos destinados a la ayuda visual desarrollados por monjes y frailes.
Las ‘piedras de lectura’ gozaron de gran predicamento entre las élites ilustradas, afectadas como la mayoría de la población de pérdida de visión cercana con la edad, e impulsaron la concepción de las gafas primigenias.
Lentes convexas de cuarzo y berilio montadas en estructuras binoculares de madera, cuerno o cuero que aparecieron en Italia en torno al siglo XIII y fueron difundidas por toda Europa (Alemania, Francia, España…) de la mano de franciscanos y dominicos.
El ‘cristallo’ de los artesanos venecianos, un vidrio sódico duro, dúctil, nítido y refinado, equivalente al cristal de roca, cuyo secreto se guardaba con esmero, mejoró notablemente la transparencia de las prótesis, a veces dos simples lupas unidas por un clavo, pero el nexo para equilibrarlas en la nariz, generalmente en forma de V invertida, resultó fallido hasta varias centurias después.
Con la aparición de la imprenta la demanda de estos objetos se incrementa, a pesar de ser escasos y costosos, y aparecen puentes flexibles y soluciones para fijarlos a las orejas como cintas de seda y cordones atados a la montura.
En el XVI se inventan las lentes cóncavas, idóneas para las personas con miopía, y los anteojos se generalizan como instrumentos de trabajo.
Dos centurias más tarde, la patente de la varilla rígida será el preludio de la edad dorada que conlleva la Revolución Industrial con la comercialización de modelos aptos para todos los públicos y estilos.
Las lunetas se muestran en abanicos, bastones y otros accesorios y su crecimiento y aceptación social es imparable, ayudada por avances como las lentes bifocales de Franklin, las piezas laterales de doble bisagra, las patillas plegables, flexibles y extensibles, las monturas metálicas, los vidrios polarizados, los armazones de protección, los aristócratas monóculos para corregir la visión de un ojo que se portan encajados en la órbita, las gafas con pinza para la nariz y finalmente las unidades con mango.
Los impertinentes se deben al óptico inglés George Adams quién alrededor de 1770 los patenta como alternativa a las lentes tradicionales, tal y como hace constar su hijo en un ensayo posterior, ya que permitían emplear la visión de ambos ojos sin aparente esfuerzo.
Consistían en unos binóculos con manija, un diseño práctico y exitoso que, al parecer, deriva de las famosas ‘gafas de tijeras’, con marco en forma de Y, que se lucían colgadas de cadenas de oro, al gusto de las refinadas sociedades francesa y alemana en las que triunfaban como complemento y accesorio indispensable.
El nombre de estos objetos, que se agarraban con un mano y se sostenían ante los ojos para observar, alude a una manera de mirar que muchas personas percibían como insolente, altanera, descarada e indiscreta.
Presentes en fiestas de disfraces de alcurnia y funciones de ópera, los más bellos solían ser ejecutados por orfebres y joyeros para personajes pudientes y llevaban el mango y el marco ricamente ornamentados.
Elementos de estatus y coquetería, fueron diseñados para el género femenino, ya que los hombres los veían algo afeminados y solían rechazarlos, y su popularidad se mantiene intacta hasta principios del siglo pasado.
Los impertinentes, que en sus orígenes contaban con vidrios gruesos, no siempre siguen el patrón de manufactura habitual. Algunos llevan asas muy cortas y hay ejemplos creados para sustentarse sobre una superficie y también piezas monoculares con largas empuñaduras elaboradas en bronce y recubiertas con placas de madreperla.
Con el tiempo se imponen dos tipos de diseño. El primero, más barroco, consta de un mango de dos hojas, de concha, asta u otros materiales, unidas en un extremo a la montura de las lentes a través de un remache y dotadas en el otro de una argolla para pasar una cinta o cadena.
En este caso el grosor de la estructura principal, que suele incluir un pulsador para la extracción automática de los binoculares, facilita guardar las lentes creando una pieza compacta y protegida de golpes y caídas accidentales.
La otra versión es más simple y se presenta con armazón metálico. A primera vista parece un monóculo lupa con una larga barra culminada por un aro o con un orificio circular pero, en realidad, tiene un dispositivo -normalmente un anillo en el mango-que permite extender la montura plegable de dos lentes, redondas o cuadradas y unidas por un puente curvo o recto.
Una innovación, atribuida al inglés Robert Bretell Bate, que les otorga un uso combinado como lente individual de doble espesor o binocular al uso.
Podemos encontrar igualmente modelos a medio camino entre ambas versiones, con asideros -en marfil o hueso tallado-más estrechos que en el primer caso sobre los que se cierra el armazón del binocular aunque sin llegar a ocultarse del todo.
La propia estructura social propicia que coexistan impertinentes modestos, en pasta, latón y metal blanco, dorado y niquelado y referencias creadas para transmitir riqueza a partir de metales preciosos que se decoran con lacados, cincelados y gemas cabujonas.
Dentro de este último apartado, el único límite es la imaginación y el bolsillo y surgen series con dos monturas de lentes para la lectura y la visión lejana, broches joya de reducidas dimensiones y exquisitas y complejas creaciones de artesanía con manijas que albergan cajas e incluso mecanismos de relojería.
Los orfebres galos destacan en este campo con seductores impertinentes en los que se aplican perlas, ópalos, esmeraldas y diamantes que se completan con guilloché, escudos y relieves florales y vegetales, aunque muchos joyeros famosos manufacturan estos objetos, entre ellos el genial Fabergé.
También entre mediados y finales del siglo XIX se impone, entre hombres y mujeres, otra variante de gafas denominada quevedos y conocida desde la época de Carlos V.
Se trata de dos lentes ópticas cuadradas o redondas unidas por una montura sin patillas, con un puente de diseño múltiple y un orificio lateral para el cordón, cinta o cadena, que se elabora con materiales más o menos nobles desde el oro al plástico.
Por último, una evolución de los impertinentes, también relacionada con los telescopios, son los gemelos de teatro, fruto de los trabajos desarrollados en torno a 1800 por el óptico austriaco Johann Friedrich Voigtlander y el científico inglés J.T. Hudson.
Muy demandados para mejorar la visualización de las representaciones desde cualquier ángulo de la sala gracias a sus dispositivos de aumento, conjugaron estética, adorno comodidad y eficacia y, pronto, se convirtieron en un ‘gadget’ de moda que atraía a una clientela selecta.
Parecidos a los prismáticos, tienen menor tamaño y potencia, aunque gozan de buen campo de visión, y carecen de prismas, además de poseer un ajuste de enfoque común a ambas ópticas y, en ocasiones, mecanismos para equilibrar la distancia entre ambos ojos.
Cuentan generalmente con una empuñadura larga y extensible -también los hay sin mango para coger con ambas manos- y su diseño es sólido y firme.
Este tipo de binoculares, comercializados con estuches rígidos y blandos a juego, se realizan con bronce, alpaca, baquelita, pasta y otros compuestos y se adornan con intrincados grabados y láminas de cuero, nácar, madera o esmalte.
Un conjunto de accesorios ópticos muy coleccionables, nacidos como instrumentos de ayuda a la visión y transmutados en complementos de belleza y estilo, que vuelven hoy, con la fiebre por la impronta vintage, a recuperarse en desfiles y eventos de moda y a producirse, adaptados a los nuevos tiempos, en series limitadas y masivas.
Me alegro mucho que le haya gustado y aprecio notablemente su referencia literaria, ya que Chéjov, al igual que Dostoievski o Tolstói, son autores rusos de mi agrado. Un saludo fuerte