Si hace unos meses, en el artículo sobre los sonajeros, abordábamos de pasada el tema de los amuletos, en esta entrada queremos profundizar un poco más en los orígenes y el significado de un dije muy propio de nuestra cultura popular al que se le atribuyen poderes mágicos y preventivos.
Las higas, llamadas también figas, manezuelas, ciguas, maninas, puñeres y manos negras, esconden bajo su apariencia de simple alhaja un mundo de creencias ancestrales.
El término, que según el DRAE alude a una joya pequeña en forma de puño que protege del mal de ojo o a un gesto ejecutado con la mano cerrada, con el dedo pulgar situado entre el índice y el cordial, para identificar a los infames y hacer desprecio y burla, ofrece varias lecturas.
La representación de la mano se remonta a los inicios del Paleolítico Superior y a los pobladores prehistóricos que habitaban las cavernas y muchas civilizaciones la han empleado a lo largo de los siglos como amuleto debido a su fuerte carga simbólica, desde los aborígenes australianos y los indios de Norteamérica hasta los árabes y los pueblos africanos y mediterráneos.
También se han atribuido propiedades sobrenaturales a los dedos -que algunos creyentes llegan a identificar erróneamente con los pilares del Islam y la Torá-, a las posturas que adoptan y a los materiales empleados para construir las piezas.
Los arqueólogos han localizado objetos que corroboran el uso de esta imagen por parte de tirios, fenicios y romanos, además de desvelar hallazgos en bronce, coral -siglo III a.C.-y azabache, el más longevo de ochocientos años de antigüedad.
De nuestro entorno más cercano, podemos resaltar, por ejercer fines parecidos a los puñeres, la Mano de Fátima -abierta y simétrica, con el dedo corazón, el anular y el índice en el centro y en los extremos dos pulgares curvados hacia afuera-a la que musulmanes y sefardíes otorgan virtudes como salvaguardar del mal, evitar enfermedades y atraer la buena suerte.
En la misma línea se encontrarían la mano cornuta -cerrada y con el índice y el meñique extendidos a la manera de un cuerno-, un aspaviento que los italianos y otros pueblos utilizan a la manera de mantra contra el malocchio y para alejar las desgracias y la mano cerrada con la crux ansata, que refleja fecundidad y abundancia y en Chipre se luce como talismán contra el aojamiento y para prevenir y curar la esterilidad.
Igualmente, la estilización de la mano abierta se daba mucho entre las moriscas de Granada, que la grababan en sus patenas de plata, y también se muestra en pendientes de las provincias de León y Salamanca donde aparece a la manera de colgante.
Los yacimientos indican que el Estado púnico ya reproducía higas y algunas unidades de hueso encontradas en nuestro país ilustran las vitrinas de los museos nacionales.
La querencia por este objeto arraigó progresivamente entre los hispanos y su apariencia y tamaño se han mantenido, en líneas generales, inalterables desde la antigüedad.
Definido como amuleto profano en forma de extremidad superior, antebrazo con el puño cerrado, el gesto de la mano y su nombre admiten algunas interpretaciones.
Una primera visión hace hincapié en que la higa transmite un contenido fálico -si consideramos los dedos índice y corazón como testículos y el pulgar como falo-o sexual de carácter mixto en la medida que liga el pulgar con el pene y los dedos índice y corazón con la vulva. Representaría, bajo este prisma, una glorificación de la fertilidad masculina y femenina en un periodo histórico donde primaba la supervivencia y la reproducción y perpetuación del grupo.
Deducción que refuerza el hecho de que las manezuelas ya aparecen, en época prerromana, combinadas en amuletos junto a los crecientes lunares, asociados en el mediterráneo a la diosa de la fertilidad (Asherah, Astarté, Afrodita), y a que los pueblos clásicos veían la higuera, cuyas hojas guardan similitudes con una mano extendida y sus frutos con la posición de los dedos de la cigua, como un árbol sagrado al que vinculaban con el sexo, identificando al macho con la silvestre y a la hembra con la cultivada.
Otros autores hablan de efigie priapesca, fijando un principio masculino a la higa derecha y uno femenino a la izquierda, y algunos aseveran que es la ‘representación de un coito’ por lo que también se la conoce como mano impúdica.
En un segundo nivel de análisis, desde tiempos inmemoriales era corriente realizar un aspaviento injurioso de desprecio que tenía por objeto ejercer una acción nociva a distancia sobre otro ser viviente. Y a ese ademán se le llama en España hacer la higa. Para contrarrestar el efecto del mal deseo, había que llevar algún objeto que materializara el gesto preferentemente acabado en azabache o incluso en ámbar ya que son materiales que poseen propiedades especiales contra el aojo.
Las maninas, que como todos los amuletos fálicos fueron prohibidas por la Iglesia, siguieron usándose en época medieval y, poco a poco, se extendieron por toda la Península Ibérica, concentrándose principalmente en Asturias, Galicia y Castilla-La Mancha, regiones donde, hoy en día, conservan toda su fuerza y presencia.
Durante el Renacimiento aumenta su demanda y crecen en dimensiones y adorno. Por los inventarios de los azabacheros compostelanos que manufacturaron con profusión estos objetos vemos que, al principio, en torno a 1538, se las conoce como manos de azabache y que una década después se las define como figas.
Las del siglo XVI se caracterizan por representar casi siempre la mano derecha, en piezas lisas y bien modeladas, mientras que en la centuria siguiente se pone de moda plasmar la izquierda y las higas adoptan formas más modernas y estilizadas además de incluir detalles decorativos de diferente índole.
En el XVII es frecuente ver las manezuelas con medias lunas y corazones tallados en el material, correspondiendo las primeras, en conjunción con la mano izquierda, al género femenino -otras veces se presentan con rosas de Jericó o efigies de la Virgen-y los segundos, junto a la derecha, al masculino.
Otras versiones ligan los corazones a Cristo y los crecientes lunares a María ya que ambas imágenes aparecen con estos objetos dentro de la iconografía cristiana.
Igualmente, en la parte de la muñeca o la mano pueden grabarse efigies de Santiago, San Antonio o San Juan -llamadas santiagos de figas-letras, ojos, flores de Lis, medias lunas u otras manos.
Azabache, coral y cristal de roca eran los compuestos, en este orden, que se elegían mayoritariamente para elaborar las higas debido al poder que emanaban y a las virtudes que desprendían sus tonalidades.
El negro, el rojo y el blanco se corresponden con los colores primordiales y son las gamas cromáticas más representadas en materia de amuletos.
El alherce negro goza de múltiples propiedades medicinales y mágicas y se emplea, según las creencias populares y los conocimientos del periodo, para bajar la menstruación, hacer huir a los demonios, provocar abortos a las embarazadas, generar virginidad, curar los problemas dentales y detener, mediante su rotura, el maleficio del mal de ojo.
Variedad de carbón húmico formado en el cretácico, esta gema orgánica y piedra semipreciosa ha sido apreciada y buscada desde siempre por el hombre por su atractivo, brillo intenso, suavidad y mezcla de dureza y ligereza.
En el caso de los amuletos adopta forma de higas -un dije autóctono de España-cuentas, conchas y medallones e históricamente se la ha considerado un escudo contra todo mal, ejerciendo de talismán del Camino de Santiago y protector del peregrino.
Por su parte, el coral -sobre todo el rojo asociado con la sangre, sin desdeñar el rosa y el blanco-también se utiliza mucho desde la era medieval (Fernando IV reguló la industria) y ayuda contra el alunamiento, el torbellino, el vómito y la epilepsia, además de alejar de las casas rayos y tempestades.
Se suele llevar con disposición de figa, mano, cuerno o rama sin labrar y en forma de cuenta para los collares de los trajes regionales.
En cuanto al cristal de roca, alabado por su dureza y transparencia equivalente al agua helada, se usa bastante en objetos litúrgicos y destinados a tesoros reales y sobresale como remedio contra el mal de ojo, la melancolía, el alivio de la sed, la disentería, las flores blancas de las mujeres y la ausencia de leche materna.
En su papel de amuleto, este cuarzo transparente -denominado también piedra del poder-se destina a figas y colgantes y dijes de soles y otras formas poliédricas y ovaladas.
Otros materiales que gozaron de popularidad variable a lo largo del tiempo fueron el marfil y el hueso -empleados con intenciones profilácticas, para alejar la maldad y el aojamiento y mejorar la dentición-, el jade verde, que atrae la suerte y se relaciona con la vida y la fertilidad, el nácar, poco usado en los amuletos españoles y relacionado con la matriz universal, o el ágata, vinculado con los pechos de las mujeres, que sirve contra las picaduras de serpientes, clarifica la vista, mitiga los ardores y hace estériles a las féminas.
Por último, la porcelana, la madera y el vidrio, en sustitución del coral, el azabache y el cristal de roca, fueron compuestos alternativos y más económicos, aunque menos perdurables, destinados a los bolsillos más ajustados.
Las higas eran empleadas principalmente por niños y mujeres y su fin era proteger del mal de ojo, de los celos y de la envidia, y contrarrestar los hechizos de las brujas.
Llevan un orificio o asa para portarlas de cadenas y dijeros y, en otras ocasiones, dos perforaciones centrales para sujetarlas sobre la ropa o en el sombrero. Las guarniciones, cilíndricas y prismáticas, de plata, oro, latón, vermeil y metal chapado, adoptan apariencias diversas.
Algunas figurando un puño de manga / lechuguilla y otras caladas, cinceladas o embellecidas con esmaltes, detalles superpuestos, perlas de aljófar, bordes engalanados, estrellas, rosetas y adornos geométricos, vegetales, florales y de cordoncillo.
Asimismo, muestran, a veces, muñecas molduradas o con perforaciones y aparecen igualmente con brazaletes dotados de gemas, con cadenitas, con uñas resaltadas con láminas de oro, con sortijas y con aros y trozos de coral entre los dedos, falanges que no siempre vienen colocadas en su posición correcta sino que se representan extendidas y en disposiciones inusuales.
Otras higas -sobre todo en Castilla-La Mancha-lucen formas estilizadas, largas y planas, y vienen coloreadas ligeramente y con incisiones en forma de espiga, y también las hay de cortes rectos y ejecución burda y poco definida.
Algunas, de excelente factura, llevan grabado en el antebrazo imágenes de santo para mitigar, en cierto sentido, su sentido obsceno.
Las maninas se vuelven más simples y esquemáticas entre los siglos XVIII y XX, con algunas excepciones en el XIX cuando se recrean modelos antiguos, y se eliminan de manera progresiva los detalles decorativos, los grabados y las efigies de santos para reducir el símbolo a su esencia.
En la actualidad, las higas, un término que de manera genérica engloba también otros amuletos en forma de cuerno, continúan realizándose en azabache en los obradores gallegos y asturianos de donde salen engalanadas con un mero casquillo liso de oro o plata con anilla de suspensión.
El pueblo no ha perdido la devoción por un objeto que funciona como amuleto protector y alhaja decorativa y que además entronca con nuestros orígenes más primitivos.