El escape de rueda de encuentro, de varilla o paletas, también denominado catalino por la similitud del disco de dientes puntiagudos, perpendiculares y oblicuos a su perímetro con el método de ejecución y tortura al que fue sometida la mártir cristiana de Alejandría, constituye la solución mecánica más temprana para distribuir de forma homogénea la energía recibida del tren de rodaje.
El sistema, cuya creación se atribuye al monje Gerberto de Aurillac (945-1003) que ocuparía el papado de Roma, se emplea en los relojes primigenios, de torre, monumentales, de péndulo y de pared, y luego su uso se replica en los portátiles, de bolsillo y faltriquera, que surgen a finales del siglo XV con la sustitución del foliot o regulador de marcha por el volante.
A pesar de mostrar un funcionamiento impreciso y un rendimiento delicado en relación a los estándares actuales, el mecanismo desprende mucho encanto y goza de una vida comercial larga, prevaleciendo durante cerca de cuatro centurias hasta verse relegado por la invención y perfeccionamiento de los escapes de áncora y cilindro.
Conocidos también como verge (varilla), los catalinos encandilan a coleccionistas y aficionados de todo el planeta, rendidos a su valor histórico, su tecnología primitiva, su sonido peculiar y los detalles ornamentales que los jalonan.
Motivos que junto con la baja oferta, los cuidados que requieren los movimientos, no aptos para cualquier relojero moderno, y la dificultad de encontrarlos en buen estado de apariencia y marcha han incrementado sus precios de forma notable.
De forma indirecta, ha aumentado también el interés por los semi-catalinos, un término inexistente empleado comercialmente para definir a relojes de bolsillo con algunas características comunes a los que nos ocupan en este post.
El escape de varilla, englobado dentro de los de retroceso porque al operar tiene lugar un repliegue para liberar los dientes de la rueda con las paletas del eje de volante, se adopta, con algunas diferencias, en el continente europeo y el mundo anglosajón.
El motor y la transmisión de estos primeros relojes mecánicos la conforman el barrilete con la rueda de huso o caracol con eje central, atribuido a Leonardo da Vinci, y una cuerda de tripa / cadena de acero que circunvala la pieza.
La fuerza motriz del cubo -‘rueda formada por un disco circular dentado y una caja cilíndrica cerrada que gira libremente en un árbol, contiene en su interior el muelle real y engrana con el piñón del rodaje’ según definición de José Daniel Barquero- se transmite a la fusée (caracol), provista de un surco helicoidal, a través de la singular cadenita, similar a la empleada en las bicicletas, que sustituye, de manera gradual, a la cuerda a partir de 1660.
Para mejorar la distribución de la energía y los registros horarios de estas unidades se recurre al sistema catalino en el que el eje de la rueda va unido a un piñón de linterna accionado por el rodaje y un eje vertical (varilla), solidario del volante, cuenta con paletas que reciben el movimiento. Al final de la varilla se ubica el regulador que puede ser un foliote (relojes estáticos) o un volante (portátiles).
En estos relojes el volante siempre está ligado a la varilla, lo que perturba el funcionamiento, y hasta la invención del muelle espiral de Huygens en 1665 no es posible mejorar la precisión de las unidades.
Una de las diferencias que se aprecian en la manufactura de los diferentes países afecta a la galluza, componente que protege el volante y que suele ir calado y decorado con motivos de diversa índole (vegetales, florales, figurativos, religiosos, bucólicos, chinescos, heráldicos, galantes, cinegéticos…), a veces muy abigarrados.
Mientras que en el Reino Unido asume formas redondeadas y adquiere mayor tamaño para acoplarse a los movimientos autóctonos, además de asentarse sobre un punto de apoyo en combinación con puentes triangulares, en Francia y Suiza prefieren las siluetas ovales, más pequeñas y de doble tornillo sobre puentes estrechos.
Otra peculiaridad del continente es que el bocallave suele situarse en la esfera y los británicos eligen el fondo del reloj o el propio movimiento para ubicar la cuerda.
Dentro de esta clase de relojes existen sabonetas y lepines, aunque son mucho más frecuentes los segundos, y suelen venir con una o dos chichoneras -un elemento que la industria introduce junto con la tapa de cristal en el siglo XVII-para salvaguardarlos de los golpes y aumentar la superficie para el ornato que requerían los dignatarios y los clientes de alta alcurnia.
Las ricas cajas en oro, plata y metales chapados abren un abanico de técnicas decorativas, con cincelados, esmaltes, filigranas, valiosas gemas (diamantes, ágatas…) y turquesas y perlitas trabajadas en cabujón y otro tanto puede decirse de las esferas, realizadas inicialmente en metal y luego también en porcelana y esmalte y con números romanos para las horas y arábigos para las complicaciones.
Los modelos más lujosos incluyen repujados, imágenes en relieve, escenas rurales, diales bicolor y mixtos con grabados y lacados cromáticos, inserciones en metales preciosos, superposiciones y una imaginativa sucesión de personajes y paisajes.
También, en función de su rareza y consiguiente valor, pueden ir dotados de calendario, sonería, datos astronómicos y fases lunares, asumir formas especiales o embellecerse con motivos eróticos que debían reservarse para el disfrute privado.
En líneas generales, los británicos optan por temas mitológicos y guerreros mientras que los galos gustan de motivos más barrocos.
Los relojes, que solían portarse colgados del cuello o el pecho, pasan a lucirse en chatelaines y leontinas sujetas al bolsillo del chaleco en los varones y a la cintura en el caso de las mujeres, un nuevo acccesorio que también vestirá las mejores galas para no desentonar con las vistosas cajas y los ricos calibres.
Otra distinción entre las referencias continentales e inglesas tiene que ver con la calidad, mayor en Inglaterra a partir del XVIII, y con los sistemas de identificación ya que suele ser más sencillo datar una unidad inglesa que cuenta con firma, número de serie y contrastes, registros que no siempre se encuentran en los europeos de la época.
Precisamente en la isla nace la variante que en España conocemos como semi-catalino, una unidad parecida, de cuerda remontoir a llave y máquina de tipo basculante.
Comparten el caracol con cadena pero carece de la galluza y de la característica rueda sustituida por un escape de áncora lateral (ancre lever) diseñado por Thomas Mudge en torno al año 1755.
Suelen ser referencias gruesas, de calibres y esferas grandes en porcelana blanca, con números arábigos negros, agujas en acero azulado, segunderos y cajas acabadas en plata decoradas con escudos y guilloché.
Llevan guardapolvos con pestaña de seguridad, uno o dos bocallaves en el reverso para la cuerda y el ajuste horario y tapas y bisel con bisagra, y algunos modelos incluyen también función de cronómetro.
La propia industrialización del mercado relojero y los sucesivos avances tecnológicos van condenando al olvido estos modelos pero el sistema de caracol y el escape de rueda de encuentro se mantiene en algunos relojes tardíos hasta el siglo XIX, lo que da prueba de su simplicidad y del calado alcanzado entre profesionales y usuarios.