Habría que remontarse a tiempos muy lejanos para encontrar los primeros ejemplos de sistemas de cálculo aritmético.
Los métodos más rudimentarios, basados en los dedos de las manos para contar uno o varios objetos, evolucionaron, gracias a las aportaciones de chinos y romanos, con la representación de dígitos mediante líneas horizontales y verticales, y la llegada de los números arábigos y el ábaco, diseñado para realizar cálculos sencillos.
No será, sin embargo, hasta 1623 cuando el matemático alemán Wilhelm Schickard construya la primera calculadora mecánica, de la que sólo se conserva el boceto original, y tendrán que pasar otros doscientos años hasta que un modelo obtenga el favor comercial del público gracias a su efectividad y rapidez.
Su inventor, el francés Charles Xavier Thomas deColmar, no logró por completo automatizar su creación, ya que la multiplicación debía realizarse mediante una repetición de las sumas, pero el indudable éxito mundial le hizo gestionar personalmente su factoría durante cerca de media centuria (1821-1870).
La demanda estimuló la innovación y pronto llegaron al mercado máquinas más desarrolladas.
Una de ellas fue la famosa Millionaire, una calculadora de cuatro funciones totalmente mecanizada, de activación manual y eléctrica, patentada por Otto Steiger a finales del siglo XIX y manufacturada en Suiza por Hans W. Egli que llego a vender más de 4.000 unidades en tres décadas de vida comercial.
Algo más ligera resultó la Comptometer desarrollada por el estadounidense Dorr E. Felt en 1887, una ágil máquina de teclas habilitada para sumar, restar, multiplicar y dividir que todavía podía encontrarse en las tiendas en los cercanos setenta.
El principal problema de estos aparatos, concebidos para oficinas, era su escasa movilidad, cuestión que empezaría a solucionarse con unidades compactas, hoy en día extremadamente raras y escasas, como los dos modelos de los que hablaremos a continuación.
La Comptator fue fabricada por primera vez en 1909 por la firma germana Schubert & Salzer, asentada en la ciudad sajona de Chemnitz., y desde la década de los veinte la producción corrió a cargo de la casa Hans Sabielny de Dresden.
Se trataba de un artilugio portátil realizado en metal plateado cuyo diseño estaba inspirado en la Rapid, una máquina de la empresa americana Rapid Computer Company creada dieciséis años antes y concebida por Peter Landin.
Ambas son, en esencia, sumadoras que permiten además realizar restas con una serie de operaciones manuales paralelas.
El artículo, del que se hicieron modelos de nueve y trece dígitos y otros decimales y adaptados al sistema inglés, trabaja con una serie de cadenas continuas numeradas que se desplazan hacia abajo gracias a la acción de un punzón.
En la parte inferior presenta un cilindro cifrado, protegido por una lámina de plástico transparente, y lleva una rueda en un lateral para poner a cero el contador.
Según las series, también puede tener unas pequeñas piezas de ajuste o control, y una manivela de dos hojas que resetea las filas superiores.
La unidad que se muestra en las imágenes lleva grabado el nombre de la marca, el modelo, el número de producción y la referencia a su origen, y mide 20,5 centímetros de largo por 6 de ancho y 3 de grosor.
Luce en la parte superior una hilera de nueve filas verticales con números del 0 al 9, con un salto entre el 0 y el 1, y otras dos filas de cifras grabadas en la estructura, con la misma sucesión de dígitos y el espacio entre el 8 y el 9.
Pesa más de medio kilo y conserva el estuche original acabado en madera, forrado en papel negro y con un cierre de latón.
La huella del ingenio de Landin es detectable también en modelos de otras marcas basados en su patente como la BUC de Bergman Universal Company o la Summator que Sabielny comercializó en 1921.
Un lustro antes que la Comptator se fabricó la segunda de las sumadoras de nuestro artículo: la Adix Company.
Su peculiar sistema de funcionamiento difiere de los planteados en otros aparatos equivalentes, quizás porque su inventor fue el famoso relojero austriaco Joseph Pallweber.
Pocas calculadoras pueden ofrecer el encanto y atractivo que desprende esta pieza dotada de un mecanismo de ruedas dentadas y engranajes que deja visibles sus entrañas al observador.
Manufacturada en la localidad alemana de Mannheim por la empresa Pallweber & Bordt, está realizada en acero, latón y aluminio, un material novedoso en la época que por primera vez se empleaba en este tipo de artilugios mecánicos.
El artículo, que consta de unas 122 piezas, lleva un teclado, en resina o pasta color crema, con nueve dígitos (1-9) y una ventana de lectura de resultados de tres columnas con los discos cifrados acabados en el mismo compuesto amarfilado.
Su funcionamiento es muy simple. Cada vez que mantenemos presionada una de las teclas inferiores el número se adiciona al primer disco superior y cuando éste llega a diez continúa con el segundo y el tercero hasta un máximo de 999.
La sumadora, portátil y cómoda de transportar gracias a su peso contenido, fue diseñada en unos años en los que la contabilidad se hacía de cabeza o a mano y en ese sentido resultaba muy útil, ya que simplificaba las operaciones, agilizaba el proceso y evitaba errores a pesar de sus limitaciones.
Presenta en la base una placa móvil con dientes de sierra separados entre sí con espacios diferentes lo que permite que cuando pulsamos un número el elemento se desplace hacia la derecha en proporción a la cifra introducida y empuje el alambre que, a su vez, hace girar la manivela y el engranaje, contando con un trinquete o fleje para corregir las imprecisiones.
Además, equipa una pieza metálica en forma de asa que sirve para poner el contador a cero cuando apretamos sobre el teclado pero no de forma automática sino que es necesario ir ajustando el proceso.
Mantiene fija la primera de las tres cifras superiores y va moviendo las otras dos hasta alcanzar el valor.
Los primeros modelos de la máquina carecían de esta función reset que la empresa fue perfeccionando con el tiempo.
De hecho, es posible encontrar unidades que en lugar de asa montan una palanca y ponen a cero dos de las tres columnas u otras en las que hay que presionar la tecla número uno e ir girando los engranajes hasta llegar a esa lectura.
La pieza conserva su estuche original, una caja de madera recubierta de papel marrón, con bisagras y cierre de latón e interior rematado en terciopelo y raso.
Lleva el número de serie cincelado en el reverso y el sello del registro de patente en el frontal, mide 14,2 centímetros de largo por 8,4 de ancho y 2 de altura, y tiene un peso de 201 gramos.
Éste modelo, al igual que el anterior, aúna belleza, tecnología y funcionalidad, y forma parte del imaginario de cualquier coleccionista y amante de los aparatos mecánicos y las antigüedades técnicas.
Una rama, la de las máquinas y artilugios de oficina de época, y en especial las sumadoras y calculadoras antiguas, que retomaremos en futuras entradas con modelos míticos como la Brunsviga, la Otis Kings, y las unidades en forma de cronógrafo de Fowler’s.
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