El término estereopsis, que deriva de los conceptos griegos stereo y opsis (visión sólida), se define como la capacidad que tiene el cerebro humano de generar una visión tridimensional a partir de la percepción en cada ojo de dos imágenes ligeramente diferentes, un fenómeno que nos permite calcular distancias y apreciar el volumen y la profundidad de los objetos.
La disparidad binocular u horizontal, originada por la posición de los glóbulos oculares en la cabeza y los distintos ángulos visuales que ofrecen, ha sido analizada por muchos sabios y científicos a lo largo de la historia y sus contribuciones han resultado decisivas en el trayecto hasta producir un instrumento artificial capaz de recrear esa potencialidad.
El primero en abordarla, trescientos años antes de Cristo, fue el famoso matemático y geómetra heleno Euclides. Sus estudios desvelaron que captamos la profundidad gracias a que el cerebro fusiona en una única visión esas instantáneas casi exactas que recibimos simultáneamente a través de nuestros ojos.
En el siglo II d.c., el astrólogo greco-egipcio Claudio Ptolomeo indagó en la diplopía fisiológica, y el médico Galeno de Pérgamo retomó la labor primigenia de su compatriota siendo el primero en describir la binocularidad y la perspectiva desde cada órgano visual.
Años más tarde, el físico musulmán Alhacén (965-1040) asoció la sensación de profundidad con la convergencia binocular.
Ya en el Renacimiento, Leonardo da Vinci escudriñó en el fenómeno con objeto de desarrollar la perspectiva rectilínea y obtener una pintura más realista, y el pintor florentino Jacopo Chimenti da Empoli produjo la primera pareja de dibujos que demuestra la comprensión de la estereografía y la visión binocular.
Testigo que recogieron con sus trabajos el jesuita belga Francois d’Aguillion (1567-1617), autor del término stéréoscopique, el matemático alemán Johannes Kepler (1611), y el filósofo francés René Descartes (1637).
Un conjunto de esfuerzos que culminaron en el año 1838 cuando el inventor británico Charles Wheatstone, ganador de un premio de la Royal Society por su explicación de la visión binocular, construyó y patentó el primer aparato óptico que permitía disfrutar la experiencia ilusoria de captar el relieve a partir de dibujos geométricos planos diseñados para visualizarse en tres dimensiones.
Había nacido el estereoscopio.
El artilugio de Wheatstone, revolucionario para la época, constaba de un chasis con binoculares y espejos que reflejaban dos imágenes (una para cada ojo) y creaban una ficción de profundidad, permitiendo además, gracias a un eje, alterar el grado de separación con el fin de ajustarse a diferentes tamaños de dibujos.
Su uso se circunscribía básicamente al ámbito académico y tenía pocas posibilidades de explotarse comercialmente de manera masiva debido, entre otras cuestiones, a su complejidad y a que sólo cumplía su objetivo si se observaba desde una posición concreta.
Algo que cambiaría poco tiempo después.
Fue el científico David Brewster, creador del caleidoscopio, el encargado de perfeccionar y abaratar el invento y darle una apariencia más adecuada para su producción en serie, algo de lo que se encargaría la compañía francesa Dubosq & Soleil.
En 1849, el escocés presentó su esteroscopio lenticular de caja de madera, con dos binoculares en la parte superior y aperturas para la entrada de la luz, un diseño que sería imitado en el futuro por otros creadores de visores y serviría también de fuente de inspiración, una centuria después, para el autor del conocido View Master.
La propia reina Victoria quedo seducida al ver por primera vez el estereoscopio en la Exposición Universal que tuvo lugar dos años más tarde en el Crystal Palace de Londres.
El visor, compacto y de reducidas dimensiones, incluía lentes correctivas para poder enfocar las imágenes desde más cerca y empleaba pequeñas transparencias en pares, en lugar de grandes láminas a los lados del equipo.
En pocos años, el aparato, impulsado por el desarrollo de la fotografía y la cámara estereoscópica-el primer prototipo de dos objetivos fue realizado en 1853 por John Benjamin Dancer-, obtiene el favor del público llegándose a vender más de medio millón de unidades en Inglaterra y atrayendo el interés al otro lado del Atlántico.
Paralelamente, se generaliza la comercialización de series de imágenes en blanco y negro por parte de diversas empresas- una de las más activas en este campo fue la London Stereoscopic Company- lo que ofreció a los ciudadanos la posibilidad de recorrer el mundo y visitar lugares remotos sin salir de sus casas.
Había nacido un nuevo entretenimiento, equivalente en su época a la atracción generada por el cine o la televisión, y también un instrumento pedagógico de importancia para la educación de niños y adolescentes.
La gente se reunía en hogares, escuelas, salones e iglesias para observar esos estereogramas que ilustraban al pueblo sobre materias diversas como geografía, zoología, astronomía, costumbres o historia natural y le hacían disfrutar de una experiencia casi real.
Las primeras fotografías estereoscópicas que se fabricaron fueron producidas a la manera de los daguerrotipos y los ambrotipos, impresas sobre cobre y vidrio, pero pronto se abarataron notablemente, lo que contribuyó a su difusión, al emplear una sencilla base de cartón, más duradera y estable.
Al principio eran planas y se vendían en un tamaño estándar de unos 18 centímetros de largo por 9 de ancho pero con el paso de los años llegaron a fabricarse en anchos mayores, de hasta 13 centímetros, e incluso de forma curvada gracias a las investigaciones del fotógrafo Benjamin West Kilburn que demostró que una ligera torsión podía aumentar el efecto de profundidad.
Otro avance decisivo en este campo, aunque más orientado a una experiencia colectiva, se registra a mediados de la centuria con la aparición del anaglifo, definido por el físico alemán Willem Rollmann y desarrollado, entre otros, por Charles D’ Almeida.
El nuevo invento permitía proyectar sobre una pantalla, por separado y de forma simultánea, una pareja de imágenes planas gracias al uso de colores (rojo y azul) para combinarlas y visualizarlas mediante unas gafas con filtros cromáticos obteniendo con ello un efecto tridimensional.
El desarrollo de los estereoscopios destinados al mercado doméstico experimenta una nueva evolución en 1859 gracias al poeta y médico norteamericano Oliver Wendell Holmes, uno de los principales impulsores de la creación de fondos y bibliotecas de fotografías tridimensionales.
Holmes crea, sobre la base del trabajo de Brewster, un estereoscopio de mano que se convertirá en un éxito de ventas a lo largo y ancho de Estados Unidos y sufrirá diversas modificaciones y mejoras a lo largo de los años.
Las primeras unidades estaban realizadas con una sencilla estructura de madera con tachuelas de latón y acero.
Consistía en un travesaño central, con un mango en el centro para sostenerlo, que se ensanchaba y reforzaba con dos piezas verticales en el extremo que alojaba la cúpula protectora de las lentes, inicialmente rematada en papel recubierto de cuero adornado con cenefas, y contaba en el otro lateral con un accesorio, montado en ángulo recto y fortalecido por una cruceta dorada, que sostenía las fotografías mediante unos apliques metálicos y permitía acercarlas y alejarlas a voluntad.
El aparato, fabricado y perfeccionado en Boston por Joseph L. Bates, fue evolucionando con el tiempo y se le añadieron otros elementos como un soporte plegable de base circular para mesa-también aparece con un apoyo roscado con cuatro patas-, cúpulas con motivos en relieve reforzadas con marcos metálicos, y mangos con elementos en bronce.
El modelo, robusto y económico, alcanzó gran popularidad y muchos fueron los inventores que en años venideros crearon visores inspirados en su concepción.
Así, es posible encontrar aparatos de factura equivalente bajo diversas denominaciones comerciales que pueden presentarse con estructuras en aluminio, cúpulas cuadradas o de metal cincelado, mangos plegables, soportes fotográficos de formas diversas, e incluso mecanismos de fuelle a la manera de las cámaras fotográficas.
En un mercado ya maduro para los fabricantes- la época álgida de estos instrumentos ópticos se desarrolla entre 1840 y principios del siglo pasado- aparecen múltiples diseños de estereoscopios: portátiles, de escritorio, y de salón como los muebles concebidos para mostrar series cambiantes de hasta un centenar de fotografías.
Uno de los más elitistas fue el stereographoscope que permitía visualizar todos los formatos existentes de fotografías en relieve, incluyendo tarjetas coloreadas y postales, y solía presentarse en lujosos estuches compactos y en formato estereoscópico y monoscópico-con dos o tres lentes siendo una de gran tamaño para observar cuerpos opacos a la manera de un microscopio-.
Habitualmente se realizaban en maderas nobles, adornadas con labrados, calados, taraceados, lacados, incrustaciones de madreperla, y trabajos de motivos geométricos y vegetales, e incluían elementos de latón y bronce.
Era usual que llevaran una base integrada para elevar el visor, y contaran con un accesorio regulable en altura y distancia para colocar las imágenes, aunque existían diversos tamaños y estilos de manufactura.
Entre las distintas marcas europeas y estadounidenses dedicadas al sector hay que resaltar a compañías, fabricantes e inventores como Underwood, Keystone View Company, Hawley C. White, Edwin K. Page, Richard Ross Whiting, Antonio Quirolo, Henry Ropes, The Pattberg Brothers, Roddo Y. Young, Augustus L. Hudson, The Ingersoll View Company, Alexander Beckers, James Lee, Ziegler, Coffin Viewer, Rowsell, Negretti & Zambra, o The American Corte-Scope.
En el declive del estereoscopio-durante la década de los veinte sólo continuaba activa una empresa-influyeron diversos factores.
La limitación de uso-sólo una persona podía disfrutar a la vez de la experiencia y su empleo resultaba un poco incómodo-, la competencia de otros inventos-el desarrollo de nuevos juguetes ópticos como la linterna mágica, el auge de la fotografía, y, por supuesto, el cinematógrafo le fueron restando clientes-, la pérdida de calidad asociada a la producción en serie-las imágenes tridimensionales y los visores cada vez eran menos fiables generando experiencias molestas para el espectador-, o el cansancio del público por un invento que poco a poco se quedó obsoleto.
Sin embargo, el concepto regresó de nuevo con fuerza en la segunda mitad del siglo XX gracias a William Gruber, un fotógrafo estadounidense que, basándose en los principios del estereoscopio, desarrolló el popular View Master, un aparato con película a color y discos giratorios con imágenes tridimensionales que pronto se convirtió en uno de los juguetes más deseados por niños y jóvenes.
Hoy en día, la moda del 3D de nuevo se impone, casi doscientos años después de su aparición, impulsada por el cine y los nuevos formatos de película en una clara demostración que el invento de Wheatstone sigue conservando intacta su capacidad de seducir y sorprender al espectador con su ilusión de realidad paralela.