Un cronógrafo es, esencialmente, un reloj que, además de sus funciones habituales, sirve para medir intervalos cortos de tiempo gracias a la incorporación de un cronómetro independiente, generalmente sometido a exigentes pruebas de fiabilidad y precisión, y a la adición de una serie de escalas que ayudan al usuario a interpretar la información.
No hay unanimidad acerca de la autoría de este mecanismo relojero. Las fuentes más autorizadas citan al inglés George Graham, que en torno a 1720 fabricó la primera unidad capaz de registrar la duración de una fracción de tiempo.
Otros expertos apuntan al francés Nicholas Mathieu Riussec, un trabajador de la firma Breguet que en 1821 inventó un mecanismo que, en combinación con una plumilla con tinta instalada en una de las manecillas, marcaba el transcurrir de un periodo.
Sea como fuere, con el paso de los años comenzaron a aparecer los primeros modelos de bolsillo equipados con esta función, en ocasiones potenciados con otras complicaciones como reserva de marcha o fases de Luna, llegando a alcanzar cotas excepcionales en manos de las más antiguas firmas relojeras.
Sin embargo, será con la producción en serie del reloj de pulsera, factible entre mediados del siglo XIX y principios del XX gracias al trabajo de maestros como Patek Phillipe o Louis-François Cartier con el Santos, cuando el cronógrafo obtenga mayor reconocimiento popular, muy vinculado a aventureros, deportistas, militares, aviadores o buceadores.
Entre 1910 y 1940 muchas fueron las firmas de prestigio que incorporaron este movimiento a sus creaciones.
Casas como Longines, Breitling-a la que se le atribuye en 1915 la invención del primer cronógrafo de pulsera con un único pulsador en la corona-, Omega, Bulova, Eberhard, Jaeger, Hamilton, Movado, Pierce, Hanhart o Vulcain fabricaron unidades de cuerda manual, hoy muy buscadas por los coleccionistas. Algunas ya míticas como el Angulo horario del piloto Charles Lindbergh o el Oyster sumergible de la empresa Rolex.
Estaban dirigidas, sobre todo, al público masculino y se caracterizaban por presentar mayor grosor que un reloj normal, debido a las necesidades de espacio que requiere una maquinaria de esta índole.
Se emplearon todo tipo de materiales. Los relojes más lujosos llevaban cajas realizadas en oro o plata y esferas acabadas en esmalte, pero también las había chapadas en oro y rematadas en metal blanco o latón.
Sin embargo, lo más usual era emplear acero, por su economía y resistencia a golpes e inclemencias, y montar esferas metálicas. También era habitual optar por cajas circulares aunque también se comercializaron bellas unidades de forma cuadrada.
Podían incorporar varias esferitas auxiliares y diversas funciones como doble horario, minutero, segundero simple / doble, y escalas taquimétricas o telemétricas para medir la velocidad de un cuerpo en movimiento y calcular la distancia a la que se ha producido un fenómeno que puede percibirse con la vista y el oído.
El cronógrafo se controlaba con un pulsador central situado en la corona o con pulsadores laterales, normalmente uno o dos situados a la altura de las dos y las cuatro, que servían para activar, parar y poner a cero el cronómetro según las especificaciones de cada fabricante.
En los años cincuenta, se produce una progresiva especialización de los cronógrafos y, con ello, se incrementa también la necesidad de acertar en el diseño de la esfera para facilitar la lectura de una información cada vez más compleja y abundante.
Aparecen modelos emblemáticos como el Navitimer, referencia para todos los pilotos de aviación y equipado con regla de cálculo tipo 52, el Constellation o, años más tarde, el famoso Speedmaster, elegido por la NASA para viajar al espacio y pisar la Luna en manos de Neil Amstrong.
Infinidad de marcas de gama media se lanzan a fabricar sus propios movimientos u optan por equipar sus diseños con máquinas de otras firmas.
Leonidas, Nimer, Augusta, Longma, Doxa, Pierce, Juvenia, Eterna, Angelus, Dodane, Junghans… una lista notable de fabricantes a la que se le podrían añadir otras muchas casas de pequeño tamaño de origen europeo o estadounidense.
Se popularizan las unidades equipadas con varios pulsadores (3-4), cristal de plexiglás, de tres a cuatro esferas auxiliares, fondos roscados y cajas reforzadas para prevenir impactos y caídas accidentales.
Aparecen utilidades de todo tipo, como indicadores para recordar la hora de una cita o calcular la frecuencia cardiaca de un paciente, y se incluyen funciones como el antimagnetismo y la resistencia al agua, además de generalizarse el uso de manecillas y cifras luminosas de fácil lectura.
Muchos fabricantes lucen orgullosos el número de gemas que montan en sus maquinarias, de 15 a 21, y se combinan los cronómetros con ventanas o mirillas para el día, el mes, la fecha de la semana o las fases de Luna.
Las esferas de los relojes aumentan también su tamaño para mejorar la legibilidad de las indicaciones y se opta de forma asidua por anillos bidireccionales antirreflejos que otorgan ese aspecto característico a muchos cronógrafos actuales y vintage.
El cambio definitivo, tras unos años de lentas innovaciones mecánicas en el sector, llegaría a finales de los sesenta cuando nacen los primeros cronógrafos automáticos, fruto de la enconada y secreta lucha que mantuvieron varias firmas relojeras, entre las que se encontraba la japonesa Seiko.
La primera era Tag Hauer. Creada en 1860, patentó su primer cronógrafo en 1882 y en 1914 ya disponía de uno de pulsera.
Durante años había volcado toda su experiencia en el mundo de la aviación y la automoción creando precisos cronómetros de salpicadero, hasta que en 1969, en colaboración con Hamilton y Breitling, presenta el primer movimiento automático de la historia, el Chronomatic.
Esta creación, unida a la figura del piloto de Formula 1 Joe Siffert, sería montada en los modelos Autavia, Carrera y Mónaco.
Por su parte, Zenith, la segunda empresa en discordia, es considerada por los especialistas como la primera firma en alcanzar la meta, pero las dificultades para producir en serie su movimiento automático, El Primero, retrasaron su comercialización.
Es un cronógrafo singular, con reserva de marcha de al menos cincuenta horas, que está equipado con una cuerda revolucionaria, capaz de latir a 36.000 alternancias por hora y considerada la mejor del mundo.
Ambos modelos renovaron el interés por este tipo de relojes que vivieron años de expansión, con numerosas unidades dignas de ser recordadas.
Ejemplos como el Royal Oak, las creaciones de señora de Baume & Mercier, los dedicados al mundo de la Marina firmados por Breguet, el cronógrafo alarma de Jaeger-Le Coultre, los Seamaster con cierre de seguridad, el Da Vinci de IWC, el rattrapante automático y los modelos ultradelgados de Blancpain, o las excelsas piezas salidas de los talleres de la legendaria Patek Philippe.
Tampoco hay que olvidar los primeros cronómetros digitales y de cuarzo, especialmente los firmados por casas históricas del calibre de Longines con el modelo Conquest y con unidades diseñadas para competir, en apariencia, precio y prestaciones, con la pujante industria japonesa como el raro ejemplar que se muestra en las fotografías inferiores.
Hoy en día, la vida activa y la práctica de deportes de alto riesgo mantienen vivo el interés por estas preciadas maquinarias, y las piezas antiguas son cada vez más cotizadas en las subastas internacionales.
Puede decirse que adquirir un cronógrafo siempre supone una buena inversión de futuro, ya que estos modelos despiertan gran atractivo y acrecientan su valor en los mercados especializados, debido a la complejidad de sus mecanismos y a que las firmas suelen volcar en ellos gran parte de su saber hacer.
Igualmente, el coleccionista encuentra en este sector de la relojería un amplio campo donde elegir, con múltiples acabados, precios y estilos.
Y con la posibilidad de especializarse en marcas, épocas, series, países y temáticas como los cronógrafos militares-con subramas como los de infantería, pilotos o tripulantes de submarinos-, los deportivos (submarinismo, automoción, aeronáutica…), o los fabricados para ingenieros y médicos.
Relojes de pulsera capaces de registrar hasta milésimas de segundo que, en la actualidad, son habituales en las muñecas de hombres y mujeres, independientemente de su actividad profesional, pero que siguen evocando en el imaginario colectivo el espíritu de aventura y las grandes gestas que impulsaron su desarrollo.
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