Conocidos y apreciados desde la antigüedad por estadistas, navegantes y monarcas como instrumentos de conocimiento y fieles modelos a escala de los límites del mundo, los globos alcanzan una notoria difusión a partir del Renacimiento.
La idea de representar la Tierra y los astros en forma de bola nace en Grecia de la mano de Pitágoras en torno a la sexta centuria antes de Cristo y, durante los siglos posteriores, Platón y Aristóteles propagan entre sus coetáneos el concepto de esfericidad propuesto por el matemático heleno.
La primera referencia a este objeto la ofrece el poeta Arato de Solos que en sus versos alude a un globo celeste construido por Eudoxo de Cnido, un astrónomo que compartía la visión geocentrista de los filósofos atenienses.
Otras menciones nos llegan a través de Crates de Malos, un cartógrafo conocido por crear, con fines educativos y pedagógicos, una gran esfera terrestre que dividía el planeta en cuatro regiones habitables.
También en el siglo II a.C. vive Erastóstenes, un matemático al que los historiadores atribuyen la invención del primer astrolabio esférico diseñado para medir los movimientos de los astros en la esfera celeste.
El interés de los pensadores clásicos en comprender y entender el entorno que les rodeaba culminará en los trabajos de Tolomeo de Alejandría.
Sus estudios sobre geografía y astronomía tuvieron gran influencia ya que planteaban, por primera vez en la historia, el uso de las coordenadas esféricas para determinar la posición espacial de un punto.
De esa época, proceden otros globos históricos conservados como la pesada esfera celeste que sostiene el Atlas Farnesio, una escultura en mármol del titán exhibida en Nápoles, el de Mainz, un pequeño globo de latón del Imperio Romano que representa los signos del zodiaco solar, y el de Kugel, una miniatura celeste descubierta en Turquía y elaborada en plata dorada.
La cosmología y el saber de las civilizaciones antiguas se pierden en Occidente con la llegada de la Edad Media y la imposición del teocentrismo cristiano y durante varias centurias apenas se tienen noticias sobre la fabricación de globos en Europa.
Serán los astrónomos y matemáticos árabes, persas, chinos e hindúes quienes conserven y desarrollen las teorías de Tolomeo, quién llego a catalogar 1.022 estrellas divididas en 48 constelaciones, y nos leguen algunos bellos y precisos ejemplos de esferas, generalmente cinceladas en bronce.
En torno al siglo X resurge tímidamente en el Oeste la manufactura de globos celestes y, en menor medida, terrestres y se presentan también algunos tratados técnicos – Giovanni Campano-que describen la fabricación de unidades de madera y metal, pero se trata de encargos puntuales concebidos para propósitos concretos o personalidades notorias.
Durante las siguientes cinco centurias todas las esferas realizadas, muchas veces en pareja para ofrecer una visión integral de la Tierra y el Universo, siguen el mismo patrón.
Piezas únicas que requieren grandes desembolsos de dinero, meses de trabajo y la colaboración de diversos especialistas.
Estos globos, llamados manuscritos y destinados a la realeza, la nobleza y el clero se elaboraban de manera artesanal con materiales de alta calidad y la información cartográfica se dibujaba o grababa a mano sobre la superficie.
Uno de los últimos de esta categoría es el del alemán Martin Behaim (1492) pintado por el famoso artista Georg Glockendon a lo largo de quince semanas.
La esfera, una de las dos que se conservan anteriores al descubrimiento de América, fue encargada por el Consejo municipal de Nuremberg y simboliza el inicio de la modernidad y la era de los descubrimientos.
El proyecto gozó de gran repercusión –la bola fue exhibida en el Ayuntamiento y el hecho inusual de sufragarse con fondos públicos denotaba la fortaleza de las nuevas clases sociales-y ayudó a fijar ciertos estándares en la manufactura de globos.
La producción del ‘Erdapfel’, un trabajo interdisciplinar que reúne a filósofos, matemáticos, viajeros y científicos, implica la plasmación de un mapamundi impreso con textos e ilustraciones complementarias que debía servir de guía al artista para transferir y pintar sus contenidos en la superficie de la esfera hueca.
Ésta iba construida a partir de un molde de marga que se cubría con sucesivas capas de papel, a veces en combinación blanco / marrón aunque se usaban hojas de toda índole, pegadas entre sí hasta formar una pasta.
Una vez seca, la cáscara se cortaba, generalmente a lo largo de la línea del ecuador, en dos mitades / hemisferios y se extraía de los moldes.
Para dotarla de estabilidad llevaba en el interior una especie de esqueleto de madera, similar a una cruz de malta, con extremos sujetos a los polos y dos o cuatro barras horizontales de apoyo, que giraba sobre un eje de hierro.
La concha se recubría con una capa protectora y se le aplicaba cola para adherir y ajustar con cuidado, en un proceso minucioso y delicado, los doce segmentos de pergamino cortados en forma de gajo sobre los que trabajaba el pintor que, según el tamaño de la bola, podían ser ocho, dieciséis o incluso veinticuatro.
Por último, la esfera, de vivos colores y un diámetro de 507 mm, montaba dos anillos de hierro como meridiano y horizonte y se asentaba sobre un soporte de madera que se sustituye después por un bastidor metálico con tres apoyos.
A partir del siglo XVI la fabricación de planetarios, esferas armilares, terrestres, celestiales, lunares, solares y de otros astros adquiere una nueva dimensión debido a una serie de acontecimientos.
El redescubrimiento de la esfericidad y rotación de la Tierra, el desarrollo de la cartografía científica, la difusión del saber clásico, los viajes de Colón y la renovación de los conocimientos geográficos y astronómicos despierta, entre las élites gobernantes, la burguesía y las universidades más influyentes y prestigiosas, el interés por unos objetos que se convierten en símbolo de poder y estatus social y arquetipos del nuevo mundo.
Navegantes y exploradores abren rutas comerciales, conquistan territorios, trazan fronteras e inspiran y estimulan la producción de globos que vive momentos álgidos con números ejemplos pintados a mano o impresos con la nueva tecnología de tipos móviles que reduce notablemente el coste y el tiempo de elaboración de la pieza y facilita su comercialización.
Los mapamundis de las nuevas esferas, un producto cuya realización apenas experimenta alteraciones hasta la edad moderna, se construyen con husos / gajos triangulares de papel elaborados a partir de moldes.
Al principio, éstos se tallaban sobre bloques de madera pero, debido a la dificultad de reproducir determinados motivos como las estrellas y a la necesidad de crear piezas nuevas para cada tirada, se opta finalmente por cincelarlos en placas de cobre.
Un material más resistente y longevo, también de mayor costo, que permitía crear moldes de mayores dimensiones y, por ende, modelos más grandes, Además, resultaba mejor para plasmar los detalles y las letras y hacer trazos finos y curvos.
La madera suele destinarse al armazón y la base pero su uso en las esferas, en forma de bloque macizo, se descarta, salvo contados intentos, debido a su fragilidad y a que el papel se descolora a su contacto con el paso del tiempo.
Sí que se emplea en los globos terráqueos de bolsillo, macizos y huecos, que desarrollan algunos artesanos –también con cartón duro-para hacer frente a la demanda de esferas de viaje, prácticas y fáciles de transportar.
Son atractivos objetos, de menos de ocho centímetros de diámetro, recogidos en un estuche que refleja el mapa celeste.
En líneas generales, con la excepción de los globos metálicos cincelados y las piezas de joyeros y orfebres en plata, vermeil, marfil y otros materiales preciosos, el proceso de elaboración de la concha sigue los patrones de Behaim hasta la aparición del plástico.
Lo normal en la época es que las esferas se presenten con meridianos graduados completos rematados en bronce y con anillo horizontal conteniendo información sobre los meses del año, el Zodiaco o los vientos y se sustenten en una estructura más o menos compleja -la más frecuente con cuatro patas y base circular-o en un sencillo apoyo.
Siguiendo con el relato histórico, hay que citar al cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, que en 1507 diseño la primera serie de segmentos impresos de mapa para adherir en los globos, y a su compatriota Johann Schöner, el fabricante más famoso de principios del siglo que desempeñó un papel fundamental en la publicación de la teoría heliocéntrica de Copernico.
Schöner realizó numerosas esferas manuscritas terrestres y celestes vendidas en parejas y lanzó una línea comercial empleando las nuevas técnicas de plasmación de mapas que incluía manuales de uso para los clientes.
La combinación de mapamundis de la Tierra y los cielos tuvo mucho éxito y abrió un nuevo mercado para estos objetos, animando a otros emprendedores a dedicarse al negocio de las esferas.
Los primeros, creados a partir de estudios geográficos, cartas de navegación de marinos y viajeros y mapas de exploradores españoles y portugueses, daban a conocer los lindes de mares y territorios e imaginaban las áreas desconocidas como la Terra Australis.
Por su parte, los segundos ofrecían una vista, tomada desde nuestro planeta y basada en los estudios de Tolomeo completados con la adición de nuevos astros, del diseño de las constelaciones y las figuras que las representaban y debían leerse como si el observador fuese Dios y mirara el universo desde arriba, siendo Gea un punto en el centro del mapa.
Dentro de la misma centuria, son conocidos también los trabajos de Georg Hartmann, Kasper Vopel y Gemma Frisius, quién realizó parejas de globos –bolas huecas de papel rellenas con pasta-y fue la primera en desarrollar la técnica de los moldes de cobre que se mantiene operativa hasta el siglo XIX.
En esos años, la fabricación de esferas seguía siendo un trabajo colaborativo y las pequeñas firmas que se dedicaban a ello, fundadas por artesanos con experiencia previa en negocios de impresión y manufactura de mapas e instrumentos, tenían un carácter familiar y los padres transmitían los conocimientos y el negocio a los hijos.
El nombre más relevante de la segunda mitad del XVI será el de Gerard Mercator (1512-1594), alumno de Frisius en la Universidad de Lovaina, que idea el sistema de la proyección cartográfica cilíndrica para elaborar un mapa bidimensional de la Tierra.
En 1541 diseña un globo terrestre de 42 centímetros de diámetro, el más grande de su tiempo, que recogía los últimos descubrimientos geográficos, sobre todo en el sur de Asia.
Como gran novedad incluía las líneas de rumbo empleadas por los marineros y las estrellas más comunes, además de representar los polos con un círculo de papel –calotte-y adoptar una estructura de madera con cuatro patas, base circular y anillo horizontal para sostener la esfera que será copiada por otros muchos fabricantes en los años venideros.
Poco a poco, el mercado de los mapamundis esféricos, dominado por firmas alemanas y holandesas, se abre a otros países y aparecen ejemplos en Francia (François Demongenet), Italia (Livio y Giulio Sanuto), Dinamarca (Tycho Brahe) e Inglaterra (Emery Molyneux).
Entre 1597 y 1605 se manufacturan gran cantidad de globos, en tamaños que van de los 10 a los 36 centímetros, debido a la apertura de nuevas rutas y al creciente comercio mundial lo que estimula la aparición de numerosas firmas dentro del sector y provoca una feroz competencia por crear los mapamundis más precisos y actualizados.
Amsterdam se convierte en un foco productivo de primer orden con casas como Jacob Floris van Langren, Jodocus Hondius y, sobre todo, Willem Jansz Blaeu (1571-1638) quién publica una pareja de esferas –la celeste muy innovadora por sus ilustraciones-con un diámetro de 68 centímetros y lega el negocio a su hijo Joan que, tras varios años, vende los moldes de cobre de los husos permitiendo que el diseño de su padre siga produciéndose hasta finales de la centuria.
En el Reino Unido, destacan los exitosos artículos de Joseph Moxon, considerado el inventor de los globos de bolsillo, quien, en torno a 1650, comercializa desde Londres libros científicos, mapas y esferas con tamaños comprendidos entre los 7,5 y los 66 centímetros.
A mediados del siglo aparecen las primeras sociedades científicas como la Royal Society de Londres (1660) y la Académie Royale des Sciences de París (1666) y surgen otros proyectos importantes en materia de fabricación de bolas.
Los británicos William Berry y Robert Morden aprovechan la fundación del Real Observatorio del Meridiano de Greenwich en 1675 -elegido como meridiano cero más de trescientos años después-y ese año publican un tratado sobre globos donde proponen un nuevo diámetro de 76 centímetros.
Por otra parte, el franciscano italiano Vincenzo Coronelli, famoso por crear dos enormes esferas pintadas para el rey Luis XIV, diseña desde su taller veneciano infinidad de globos, generalmente de gran tamaño, y edita, con intenciones publicitarias, un libro-catálogo con todos los husos empleados en sus bolas.
El XVIII, la centuria del conocimiento, se inicia con la realización de una pareja de globos concebida por Guillaume Delisle (1675-1726), alumno del observatorio de la capital gala, cuyos mapamundis corrigen muchos errores geográficos y sitúan a Francia en primera línea de la fabricación mundial.
Otros compatriotas siguen sus pasos (Nicolas Bion, Louis-Charles Desnos, Jean-Antoine Noller, Didier Robert de Vaugondy, Charles-François Delamarche…), aunque habrá que esperar todavía algunos años para que el sector gane presencia y estatus en el país vecino.
Por el contrario, en Inglaterra la industria ya estaba sólidamente establecida y existían casas de gran prestigio como Hermann Moll, Charles Price, Richard Cushee, al que sucederá su mujer Elizabeth, John Senex –que domina el ramo a principios de la centuria-y George Adams, un renombrado fabricante de instrumentos científicos que nutría de artículos a organismos oficiales y entidades educativas y fue el encargado de diseñar el material empleado por James Cook en sus expediciones.
En esta época, los globos recuperan su relevancia en Alemania con la aparición en Nuremberg de la firma de Johann Baptist Homann que produce variadas referencias y se asocia con otros talleres notables como el de Johann Gabriel Doppelmayr, líder en el mercado interior.
El testigo de Blaeu lo recoge en los Países Bajos Gerard Valk, su hijo Leonard y Petrus II Schenk y, posteriormente, Cornelis Covens, quién llega a ser un fabricante familiar muy reconocido.
El interés por estos objetos no hace sino acrecentarse y la fundación de la Real Academia de Ciencias Sueca (1739) y la Sociedad Cosmográfica de la Universidad de Uppsala (1758) incrementa los estudios en materia de geografía y astronomía e inaugura un nuevo polo de producción de la mano del matemático Anders Akerman, el primero en sustituir los animales y figuras mitológicas de las esferas celestes por símbolos de las Artes y las Ciencias, y su discípulo Fredrik Akrel.
En Austria surgen también nombres notables como el de Peter Anich que produce algunos globos manuscritos y abre el camino para el incipiente asentamiento de una industria a comienzos de la centuria siguiente en Viena y Praga representada por Joseph Jüttner, Franz Lettany y Tranquillo Mollo.
Las esferas se convierten en objetos imprescindibles en cualquier biblioteca o centro escolar que se precie debido al creciente interés que las clases medias denotan por la educación de sus vástagos y a la inclusión de la geografía y la astronomía en los temarios.
Se venden incluso globos terráqueos de papel con secciones desmontables y manuales explicativos adjuntos en un esfuerzo por hacer la ciencia divertida y atractiva para los menores. Una tendencia que tomará fuerza en la centuria siguiente con referencias didácticas y económicas como cajas de cartón con pequeñas esferas acompañadas de cartulinas ilustradas sobre las etnias que habitan el planeta.
A finales de siglo la manufactura de esferas alcanza niveles sobresalientes y se distribuye por toda Europa encabezada por firmas históricas y por otras muchas que surgen en busca de negocio.
El XIX trae grandes cambios y oportunidades para el sector.
La demanda de mapamundis y productos relacionados como puzles y juguetes didácticos se dispara por diversos factores.
El mundo sigue siendo un lugar cambiante, con territorios aún inexplorados, fronteras que mutan y colonias que nacen, y la gente tiene necesidad de saber.
Además, se incrementa el acceso y el nivel de la enseñanza y los cambios sociales aumentan la base de clientes de las compañías, con la progresiva incorporación al sistema de los sectores más desfavorecidos y la mayor capacidad de compra del conjunto de la ciudadanía.
Por otra parte, surgen importantes y nuevos focos manufactureros como el norteamericano y se implantan nuevos métodos de impresión como la litografía y la cromolitografía.
Desarrollados por el tipógrafo alemán Aloys Senefelder y el impresor francés Godofredo Engelmann se basaban en la diferente adherencia entre sustancias hidrofílicas e hidrofóbicas y como tipo usaban una piedra caliza pulida –después se adaptará también para placas de metal-sobre la que se dibujaba, con lápiz o pincel y de forma invertida, la imagen a imprimir que, una vez humedecida, sólo quedaba fijada en las zonas pintadas.
La técnica, que exigía que para cada color se usara una piedra distinta y que el papel se imprimiera tantas veces como las tonalidades empleadas, evitaba colorear los globos a mano y permitía aumentar las tiradas y reducir los precios.
Las esferas de la época, aptas para el gran público, decoran despachos, oficinas, colegios y viviendas y se caracterizan por presentar elementos novedosos en forma, soporte y mapas.
Los fabricantes, que ya incluyen como práctica habitual el cartucho con su nombre en la superficie, se diseminan por el mundo, pero el mercado está dominado por los británicos y los germanos con casas históricas como Bardin, Newton, Malby y Wyld, Johann Georg Klinger, Johann Paul Dreykorn, Carl Abel y Johann Bernard Bauer.
En Alemania, a raíz de la creación del Instituto Geográfico de Weimar en 1804, se presentan hasta 35 modelos diferentes de globos y la producción se desplaza a lo largo del siglo de Nuremberg a Berlín donde trabajan autores del calibre de Dietrich Reimer y Ernst Schotte & Co.
En Praga surge la figura de Jan Felkl que, al principio, manufactura globos impresos con moldes de cobre y pintados posteriormente a mano pero luego adopta la impresión litográfica a color reduciendo los precios y ofreciendo referencias en 17 lenguas para captar el mercado internacional.
En Escocia operan James Kirkwood, Alexander Donaldson y los hermanos William y Alexander Keith Johnston mientras que en Estados Unidos la industria se desarrolla, de forma casi espontánea, debido a los costes que representaba importar globos europeos.
El primero en explotar comercial y exitosamente este artículo en América fue James Wilson de Vermont que, al contrario que sus coetáneos continentales, carecía de formación técnica y sólo a base de múltiples experimentos y años de formación logro sacar al mercado sus primeros globos y diseñar sus tintas, pegamentos y barnices.
A este emprendedor le seguirían otros establecidos en Boston y Nueva York como William Annin, Dwight Holbrook, que hacía aparatos de enseñanza para escolares, William Pendleton y Silas Cornell (1789-1864).
Durante este periodo disminuye la producción de esferas celestes al generalizarse la publicación de atlas de estrellas, muy populares y económicos, y extenderse el uso de telescopios, que permitían una observación directa de los astros, aunque éstas volverán a emplearse en piezas más propias de orfebres y joyeros y en combinación con mecanismos de relojería.
La mayoría de los globos abandonan a mediados de la centuria las estructuras complejas de roble y ébano para montarse con bases circulares y en ángulo sobre un semimeridiano sostenido por un pilar simple, lo que facilita su lectura y manipulación.
Surgen también nuevas referencias de corte educativo, ideales para ser manipuladas por los menores, como bolas tridimensionales para diseccionar en múltiples cortes impresos con datos geográficos e información de la Tierra y curiosas esferas plegables de papel a la manera de paraguas.
En el siglo XX los globos pierden parte de su encanto debido a la mecanización del trabajo y la producción seriada aunque, en contrapartida, se hacen asequibles para cualquier persona y su presencia inunda espacios públicos y privados.
Las reformas educativas y las corrientes renovadoras, que abogaban por un modelo didáctico basado en la observación y la experimentación en lugar de la memorización y la repetición, impulsan la manufactura de instrumentos y materiales de enseñanza y las empresas del ramo encuentran en las ferias y certámenes comerciales un nuevo canal para distribuir sus productos.
Durante los primeros años de la centuria, en los que la localidad australiana de Birdum se convierte en un importante foco productor y exportador, conviven dentro del sector grandes compañías con sistemas masivos y talleres pequeños y familiares de formas semiartesanales, pero tras los conflictos bélicos mundiales muchas sociedades quiebran y desaparecen y el mercado se concentra y moderniza.
Se extiende el uso de la hojalata y la escayola para los cuerpos de las bolas y también de la baquelita para las bases, que aparecen con todo tipo de formas y diseños. Materiales que a partir de los cincuenta serán relegados en favor de los compuestos plásticos.
Estos avances, unidos a la introducción de nuevos tipos de papel y otras mejoras técnicas, simplifican y abaratan la fabricación y la industria lanza juguetes, sujeta-libros, sacapuntas, portalápices, pisapapeles, pitilleras de sobremesa, bastones, botelleros, bolsos, huchas, lámparas, móviles, calendarios y todo tipo de artículos relacionados con la representación esférica del planeta Tierra.
En las décadas siguientes, cuando las compañías occidentales deben hacer frente a la dura competencia procedente de Asia, aparecen las unidades con relieve, las piezas con líneas de paralelos y meridianos como guía de orientación para el usuario y los modelos con iluminación eléctrica dotados de mapas físicos y políticos, cada vez más precisos gracias a los avances de la fotografía aérea y las imágenes satelitales.
Finalmente, el mercado se inunda de esferas electrónicas interactivas con punteros a juego, globos electromagnéticos flotantes, telurios para simular los fenómenos del día y la noche y puzzles tridimensionales de papel que recuerdan vagamente a las referencias desmontables antiguas.
Ya en este siglo, en el que los mapamundis esféricos siguen gozando de muchos adeptos, han surgido algunas iniciativas empresariales encaminadas a recuperar las técnicas de antaño y a producir globos exclusivos que rememoren aquellas primitivas piezas que cruzaban los mares a bordo de las recias naves y galeones en busca de tierras ignotas.
Por lo que respecta a nuestro país, la manufactura temprana de esferas es bastante inusual y existen muy pocos ejemplos anteriores a la Guerra Civil exceptuando piezas históricas de Tomás López, Antonio Monfort y algunos otros artesanos cartógrafos.
En este sentido, la Universidad de Cambridge presentó recientemente un bello y raro globo español de principios del XX que esconde un planetario mecánico y una enciclopedia ilustrada en su interior.
La unidad, con el meridiano cero fijado en Madrid, viene firmada por un intelectual liberal, Benjamín Tena de Villafranca del Cid (Castellón), y sus mapas fueron impresos por LIT J. Ortega de Valencia, una empresa líder en cromolitografía que se mantuvo operativa hasta mediados de los años noventa.
Al igual que en otros reinos, monarcas, nobles y marinos españoles encargaron globos a fabricantes foráneos o nacionales como el propio hermano de Colón que, según algunas fuentes, se encargó de diseñar el material cartográfico que viajó al Nuevo Mundo, entre el que se encontraba un mapamundi esférico.
Sin embargo, la mayoría de estas piezas se han perdido o se encuentran en museos y, hoy en día, el interés coleccionista se centra en casas activas a partir del siglo XIX.
Varias firmas editoriales especializadas en libros escolares e ilustrados y material científico y de enseñanza como las barcelonesas Sucesores de Julián Bastinos y de J. Esteva Marata y la conocida Faustino Paluzíe, uno de los mayores productores del territorio nacional, se aventuraron a fabricar modelos dirigidos a particulares y escuelas.
En sus líneas básicas seguían los patrones imperantes en el extranjero, principalmente en Praga, Viena y Alemania donde las esferas eran muy populares como objetos artísticos, geográficos y decorativos y la industria estaba sólidamente arraigada.
Solían ser piezas con cuerpo de papel maché o escayola, peanas de madera, mapas realizados con las nuevas técnicas de impresión y adornos y semimeridianos de bronce, elementos que el paso del tiempo destierra en favor del plástico y el metal.
Otra empresa española que incluía en sus catálogos esferas terráqueas era la gerundense Dalmáu Carles Pla S.A. de la que hablaremos en la entrada del próximo mes, destinando un apartado especial a esta rama de su actividad.
Con ella cerramos el capítulo dedicado a unos objetos que aúnan belleza y funcionalidad y que el médico y dramaturgo salmantino Diego de Torres Villarroel definía, en el siglo XVIII, como ‘libros gordos y redondos’.