Libros infantiles ilustrados y manuales de escuela (I)

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Los bestiarios -el de la imagen representa ballenas de la época medieval-incluían ilustraciones del mundo animal y vegetal acompañadas de lecciones morales

Libros para infantes y adolescentes. Ejemplares para divertir, entretener e imaginar y volúmenes para enseñar, educar y formar en valores.

En este artículo vamos a ofrecer una panorámica histórica sobre los orígenes y la evolución de la literatura infantil y juvenil y los antiguos manuales de escuela.

El folclore, toda una tradición oral de canciones de cuna, danzas, juegos, cuentos y leyendas, forma parte de los primeros años de vida del niño.

la figura del Cid
La figura del Cid Campeador inspiró muchos relatos orales dirigidos a los menores

Una vez que el menor empieza a hablar, silabarios, abecedarios, catones -con frases y sentencias para ejercitar la lectura-y bestiarios -con ilustraciones del mundo animal y vegetal y criaturas fantásticas combinadas con lecciones morales-le acompañan en su aprendizaje hasta que es capaz de enfrentarse por sí solo a los textos.

En la Edad Media la gran mayoría de la población era analfabeta y sólo unos pocos afortunados, hijos de familias regias, nobles y acomodadas, disfrutaban de los libros.

Sí se escuchaban las obras de Gonzalo de Berceo, las Cantigas de Alfonso X de Castilla, los relatos del Conde Lucanor y los romances españoles y moriscos que deleitaban a los pequeños y narraban las desventuras y hazañas de personajes fascinantes como el Cid Campeador y el conde Fernán González.

Se difunden también algunas copias manuscritas de ejemplarios y libros didácticos concebidos, en parte, pensando en este segmento de la población -aunque en esos tiempos niños y adultos leían casi los mismos contenidos-y varios monarcas encargan a escritores y poetas la realización de volúmenes específicos para sus vástagos.

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Portada del Fabulario de cuentos publicado por Sebastián Mey

La invención de la imprenta resulta decisiva en la difusión de la cultura letrada, con la edición y traducción al castellano de obras de la literatura clásica y la publicación de numerosas cartillas y adaptaciones de tomos sagrados.

Durante el Renacimiento se generalizan los villancicos y las canciones navideñas, formas expresivas de cultura popular, y en el Barroco y el Siglo de las Luces se ponen las bases para la eclosión del libro infantil lúdico y pedagógico.

En este recorrido podemos citar al español Sebastián Mey con su Fabulario de cuentos antiguos y nuevos (1613) y, sobre todo, al teólogo checo Jan Amos Comenius, artífice del primer libro infantil ilustrado del mundo (Orbis Sensualium Pictus, 1658).

Un tratado revolucionario en cuatro idiomas que utiliza dibujos para facilitar la enseñanza del latín y se convierte en el modelo a seguir por los futuros autores de volúmenes y enciclopedias escolares.

La conjunción de texto e imagen, acompañada de una estructura secuenciada y cíclica del saber transmitido y de otros elementos como sencillez narrativa y claridad en la exposición de materias, constituyen el armazón y la esencia de los manuales para niños y los dotan de una personalidad propia y diferenciada.

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El Orbis Sensualium Pictus se convirtió en una referencia para los futuros autores de manuales para infantes y adolescentes

En las últimas décadas del XVII nace en Francia el método de enseñanza simultáneo, concebido por los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Juan Bautista de La Salle, que dividía a los alumnos por clases, según edad y grado de aprendizaje, y exigía emplear materiales de lectura idénticos para cada nivel con objeto de favorecer el trabajo homogéneo en las aulas.

En 1697 Charles Perrault presenta Cuentos del Pasado, que reunía relatos del calibre de La Cenicienta y Caperucita Roja, y en el nuevo siglo, que se inicia con la recopilación de los cuentos árabes de Las mil y una noches, ven la luz dos novelas fundamentales para la evolución del género (Robinson Crusoe en 1719 y Los Viajes de Gulliver en 1726).

Dos décadas más tarde se pone en marcha la primera librería y editorial para niños del mundo, La Biblia y el Sol establecida en Londres, y en 1751 emana la primera revista infantil, The Lilliputian Magazine (En España habrá que esperar a 1798 para comprar La Gaceta de los Niños).

Edición 1765
Edición del año 1765 de la revista británica The Lilliputian Magazine

En materia de ilustración, aparecen nombres trascendentes como el de Thomas Bewick, quién inventa y emplea, en años posteriores, la técnica de la xilografía a contrafibra en fábulas y libros de pájaros para infantes.

Durante la segunda mitad de la centuria, filósofos, pedagogos e intelectuales reflexionan sobre la necesidad de crear una literatura más acorde a los gustos y aspiraciones de los pequeños y llegan algunos encargos oficiales para imaginar no sólo cuentos con moraleja sino también textos de enseñanza.

Así, Félix María de Samaniego escribe, por petición del conde de Peñaflorida, una serie de fábulas morales en 1781 y un año después, bajo la dirección del ministro Floridablanca, Tomás de Iriarte hará lo propio, ampliando su labor con dos manuales con lecciones instructivas sobre geografía e historia.

En esa época se intensifican también en nuestro país los debates sobre la educación.

Diversos tratados (Felipe Scío, Anduaga, Torío de la Riva…) dan a conocer métodos integrales para la instrucción de niños y jóvenes en las escuelas, basados en cartillas de deletrear, leer y escribir y ejercicios de aritmética, gramática y doctrina.

Ilustración en blanco y negro para un libro infantil
Ilustración en blanco y negro para un libro infantil

La práctica tradicional, ligada aún a la cultura del manuscrito, giraba en torno a la lectura en voz alta, la escritura por imitación, el aprendizaje de las cuatro operaciones numéricas básicas y el rezo y la enseñanza de los misterios católicos.

Además, el concepto uniforme de libro de texto -entendido como eje sobre el que rota la formación del menor-estaba aún por definirse y el manual escolar adoptaba múltiples apariencias y definiciones.

The Snow Queen - Hans Christian Andersen
Ilustración recogida en el famoso relato ‘La reina de las nieves’ de Hans Christian Andersen

La literatura infantil y juvenil, ya constituida como forma literaria independiente, alcanza momentos álgidos en el siglo XIX, periodo en el que los textos de escuela experimentan también una renovación profunda ligada a los avances en materia de escolarización, a las nuevas técnicas de edición, a la generalización del aprendizaje simultáneo y al surgimiento de modelos didácticos más eficaces, amenos e innovadores.

La centuria, marcada por la progresiva industrialización y la adopción de modos productivos que abaratan los ejemplares y los hacen accesibles para todos los estratos sociales, se inicia con los vientos del movimiento romántico que exaltan el individualismo y estimulan el gusto por la fantasía.

Autores y escritores rastrean mitos y leyendas y se inspiran en los relatos populares para crear joyas indelebles como los cuentos de los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen (Pulgarcito, Blancanieves, La sirenita, El patito feo…).

También destacan las historias de hadas de Oscar Wilde, los visionarios relatos de Julio Verne y las novelas Alicia en el País de las Maravillas (1865), Las aventuras de Tom Sawyer (1876), La isla del tesoroPinocho (1883) y El libro de la selva (1894).

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Bestiario centrado en criaturas fantásticas como los dragones anfibios

Igualmente, la editorial británica Dean & Son contribuye a generalizar con sus publicaciones con troqueles y lengüetas el formato de libro desplegable infantil y juvenil que, en los albores del pasado siglo, logra cotas de gran belleza e ingenio gracias sobre todo a los creadores alemanes.

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Publicidad de la famosa casa británica Dean & Son, precursora del libro desplegable infantil

La época victoriana representa el apogeo de la ilustración de calidad.

Incluir dibujos y láminas en los volúmenes para infantes era garantía de éxito comercial y artistas y empresas del ramo emplean diversos procesos para permitir su reproducción múltiple desde los más tradicionales (xilografía y serigrafía) a los de nueva factura como el linograbado.

Se lanzan diversas series con imágenes, al principio en blanco y negro y después coloreadas a mano y realizadas con tinta, lápices, pastel, acuarela u óleo.

El concepto engloba desde volúmenes donde las escenas priman sobre la palabra a piezas notables en las que el dibujo se integra en el argumento, lo potencia y magnifica la experiencia lectora.

Este género, en el que artífice e ilustrador suelen ser personas diferentes, incluye categorías variadas desde libros del alfabeto y de conceptos hasta ejemplares de cartón, versiones de juguete y pop-up.

Gustav Doré
Dibujo firmado por Gustav Doré

En este momento histórico destacan artistas de la categoría y proyección de George Cruikshank, H. K. Browne y F. O. C. Darley, que crean la atmósfera para los trabajos de Charles Dickens, y Edward Lear con sus libros cómicos y absurdos.

También son notables las aportaciones en este campo de Gustav Doré, autor de dibujos para Perrault, de los reconocidos John Tenniel y Walter Crane, del famoso Randolph Caldecott -padre del libro álbum moderno con sus investigaciones sobre la relación entre texto e imagen-, y de Howard Pyle que presentó, entre otros relatos de importancia, Las alegres aventuras de Robin Hood del año 1883.

En materia de literatura infantil y juvenil, España aporta a Cecilia Böhl de Faber que, bajo el seudónimo de Fernán Caballero, publica Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares e infantiles (1874) y a Luis Coloma con el libro Lecturas Recreativas (1884) que recoge la historia del Ratoncito Pérez.

Otros escritores nacionales son José María Larrea y Joaquina García Balmaseda, que colabora en distintos periódicos infantiles y publica Las Memorias de una niña, y entre los ilustradores está Apeles Mestres, muy influenciado por el modernismo catalán, que crea un mundo mágico que realza las obras de Andersen y Perrault.

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Lecturas Recreativas del año 1884, obra de Luis Coloma

Es necesario citar también a la Editorial Calleja de la que hablaremos más en profundidad en el apartado ulterior dedicado a las empresas españolas pioneras en ambos campos, el ocio y la educación del menor.

La sociedad, fundada en 1876, adquirió los derechos de la práctica totalidad de contenidos infantiles generados en el extranjero y produjo también obras propias de precio contenido gracias a una nutrida red de autores e ilustradores de primer nivel (M. Pitula, Méndez Bringa, Jampietro, Pedrero…).

Legislación educativa decimonónica

Nuestro país sufría un retraso educativo notable en relación a Europa y durante el XIX se aprueban disposiciones normativas que determinan la evolución del libro de texto, un producto regulado por el estado y sometido a censura previa que facilita la uniformidad lingüística, la nivelación cultural y la propagación de la ideología dominante.

La escolarización obligatoria, un paso decisivo en la constitución de las estructuras formativas nacionales, no se hace efectiva hasta las primeras décadas del siglo pasado y aunque se legisla en esta materia la realidad es que sólo asisten al aula los pequeños procedentes de determinados círculos sociales quedando la mayoría excluidos del sistema.

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Los Catones contenían frases y sentencias para ejercitar la lectura
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El Catón es, junto a la cartilla, el libro de cabecera del niño en sus primeros años

Los factores son múltiples y combinados.

La inestabilidad política, los problemas presupuestarios -traducidos en la escasez de plazas, el mal estado de los centros, la carencia de materiales apropiados y la deficiente formación del profesorado-y el poco aprecio de las clases populares por la educación contribuían a generar una situación indeseable que marcaba a las generaciones futuras y empobrecía al mismo estado.

 A esto había que sumar el mantenimiento de un mercado laboral infantil, favorecido por la baja especialización de la mano de obra de la época, la avidez de los patronos y el estímulo de muchas familias necesitadas de sustento.

La Constitución de Cádiz proclama, en el temprano año de 1812, que la educación debe ser universal, pública y gratuita. La Pepa dedica un título completo a la Instrucción Pública que divide en dos niveles (elemental y superior) y extiende a todo el reino.

Dos años después se redacta el Informe Quintana, una exposición de principios esenciales que aboga por una enseñanza libre e igualitaria, y en el periodo liberal se aprueba el Reglamento General que traslada a ley las recomendaciones de este texto y disgrega la formación en pública y privada.

MANUEL JOSÉ QUINTANA, (1772-1857)
Manuel José Quintana, responsable del Informe Quintana que aboga por una enseñanza libre e igualitaria

Con la vuelta al absolutismo, los esfuerzos regeneradores quedan en suspenso mediante la puesta en marcha del Plan Calomarde, contrario a las reformas y novedades, pero la regencia de María Cristina supone la aprobación de la Ley Moderada de Enseñanza Primaria que da paso a la Comisión de Examen de Libros de Texto que permitía a los maestros elegir entre las obras elegidas.

En el periodo isabelino se desarrolla el Plan Pidal (1845), que somete cualquier cuestión educativa a autorización gubernamental expresa, y pasada la mitad de la centuria la Ley Moyano, fruto del consenso entre progresistas y liberales moderados, establece como obligatoria la instrucción primaria para niños entre seis y nueve años e incluso fija multas para combatir el absentismo.

Además, estructura las escuelas en elementales completas e incompletas y superiores aunque mantiene la rígida separación por sexos determinada por la Real Cédula de 1825.

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Abecedario para el aprendizaje del menor

Las niñas estudiaban, además de doctrina cristiana, lectura, escritura y cálculo, labores propias de su condición y nociones de dibujo e higiene doméstica.

A partir del reinado de Isabel II, cuando progresa mucho la escolarización femenina aunque siempre con retraso respecto a la masculina, se abren más colegios para féminas y también se editan publicaciones y libros de texto específicos.

En 1901 un Real Decreto, consagrado por ley ocho años después, amplia el límite superior de la edad escolar hasta los doce años y en 1923 se fijará en catorce años para ambos sexos.

Dentro de este arduo camino para lograr instruir a todos los niños y niñas se suma en España la dura pugna que la Iglesia mantiene contra el Estado y sus constantes intromisiones para frenar cualquier intento de secularizar la formación.

El concordato firmado con la Santa Sede en 1851 otorga al clero el derecho de inspección sobre la enseñanza impartida en las escuelas del reino.

Esta prebenda se mantiene vigente durante la restauración monárquica, consagrando el papel preeminente de la Iglesia a través de sus congregaciones religiosas y provocando una dejadez política por lo respecta a la configuración de una red de centros públicos laicos.

Algo que, en cierta medida, afecta también al aprendizaje de las asignaturas científicas. Materias reservadas a los varones y a los estudiantes de nivel secundario que casi no se imparten entre las mujeres y los alumnos de grado elemental hasta que la enseñanza de las ciencias se incorpora al currículo escolar.

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Portada de una cartilla dirigida a los niños

Igualmente, los gobiernos apuestan por la educación secundaria y universitaria a la que dotan de medios y recursos, desaprovechados a tenor de su carácter elitista y el bajo índice de alumnos que la cursaban, y se desentienden de la primaria, cuya gestión y control queda en poder de unos municipios con serias restricciones presupuestarias.

Estas entidades serán las encargadas de sufragar las deficientes y paupérrimas escuelas hasta que en 1902 el estado asume el pago de las nóminas de los maestros en una decisión política que, por fin, abre las puertas para mejorar la coyuntura educativa del menor.

Continuará en julio…

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