En la segunda mitad del siglo XIX surge una nueva categoría de relojes mecánicos destinada al sector de la vigilancia y la seguridad de edificios e instalaciones que alcanzará su apogeo en el primer tercio de la centuria pasada.
Estas unidades, dotadas de tecnología de vanguardia para la época y gestadas en Alemania, pronto se convertirán en objeto de uso cotidiano entre los celadores y serenos de instituciones y factorías que las emplean durante sus rondas nocturnas y diurnas.
Construidas primero en materiales sólidos como el bronce y el hierro y más tarde en compuestos de mayor ligereza como el aluminio, permitían controlar a posteriori el trabajo de los empleados y constatar que habían cumplido sus obligaciones presenciales en los puntos indicados, uno de los sempiternos objetivos de los mandos.
Su eficacia, robustez, fiabilidad y portabilidad provocan que se adopten en la mayoría de centros fabriles, creando toda una industria específica con multitud de firmas y patentes a ambos lados del Atlántico (Detex Newman, Nanz & Co., Simplex, J. Schlenker-Grusen, Magneto, J. E. Buerk…).
En Estados Unidos nacen marcas centenarias y muchas crecen gracias a las sinergias, a la transferencia de conocimientos y a la comercialización de productos híbridos construidos a partir de movimientos germanos y sistemas de supervisión americanos.
Los relojes de vigilancia conservan un registro impreso mediante una llave que se inserta en la pieza y genera una perforación cifrada (clave) en un disco de papel o cartón.
Hay algunos modelos más inusuales que optan por soluciones ingeniosas como las estampaciones mediante cilindros de caucho alfanuméricos.
Estas llaves numeradas se protegían enlazadas a gruesas cadenas en pequeñas estaciones de control distribuidas por el perímetro de la instalación a salvaguardar (sencillas cajas metálicas lacadas con tapas articuladas) y debían ser usadas por el operario cada vez que visitaba el lugar.
Existía también otra llave para el supervisor que habilitaba desbloquear la cerradura del reloj y acceder / sustituir el soporte impreso.
En algunos modelos el momento de abrir / cerrar la tapa también queda grabado mediante un orificio en el papel y otras unidades llevan un mecanismo especial de marcado dentro de la caja.
Al insertar la clave de estación se mueve un elemento deslizante, que se desplaza en función de la longitud de la llave lo que determina la posición de la marca de registro dentro de uno de los radios del disco, y al girarla el pasador encaja contra el soporte.
Los discos, con los tiempos preimpresos y con capacidad para cubrir hasta 30 estaciones, ofrecían una autonomía de unas 24 horas por lo que, años después, los alemanes optimizan el método con la incorporación del rollo / cinta de papel que extiende el periodo de grabación de la actividad de la plantilla a 96 horas.
Equipaban precisos movimientos mecánicos de cuerda manual sobre gemas, que se cargaban casi siempre desde un bocallave situado en el dial, y, a veces, montaban cristales reforzados y protegidos con barras o tapas caladas ubicadas en la estructura o la funda.
Se presentan en cajas saboneta y pueden incluir esferas metálicas y de porcelana blanca con números arábigos o romanos, ya sea en el interior o en el exterior a la manera de los modelos de ojo de buey, que permiten visualizar la hora.
De todas formas, lo usual es que vengan sólo con los discos de papel cifrados de 1 a 12 horas y en tramos de 15, 30, 45 y 60 minutos.
Las unidades, muchas veces con la caja tratada con pigmentos térmicos para resistir incendios y altas temperaturas, aguantaban todo tipo de condiciones y agravios desde caídas y golpes accidentales hasta intentos premeditados de destruirlos y manipularlos por parte de los trabajadores que no siempre aceptaban con agrado esta constante supervisión.
Se vendían con recias fundas protectoras de piel con correa para portarlos al hombro y asegurarse que resistieran las condiciones climatológicas más extremas.
Como hemos señalado algunos fabricantes adoptan soluciones mecánicas y de registro heterogéneas para huir del monopolio germano y evitar judicializar los diseños y entrar en guerras de patentes por lo que aunque existe un perfil mayoritario de reloj vigilante se encuentran piezas que huyen de lo convencional, lo que entusiasma al coleccionista.
La evolución de este subsector de la relojería es constante desde su aparición y poco a poco capta nuevos nichos de mercado para crecer desde su base inicial de clientes fabriles y extenderse a todo tipo de agentes corporativos y comerciales e instituciones, entidades y organismos públicos y privados.
En los años treinta, varias cuestiones estimulan esta rama productiva.
Por un parte, las restricciones a las importaciones obligadas por la Gran Depresión generan cambios en la industria autóctona que se lanza a producir sus propios movimientos y, por otro lado, la aprobación por parte del Senado de EEUU de una legislación que exige a las empresas reportar datos exactos del tiempo de trabajo de sus empleados abre un campo inmenso de negocio para las compañías.
Las novedades crecen.
Para incrementar la autonomía y la reserva de marcha de los relojes se incorporan los últimos movimientos de ocho días cuerda y se amplían las funciones y el número de registros y opciones.
En las décadas posteriores, estos relojes, lejos de desaparecer y ser relegados al olvido, continúan su desarrollo y algunas compañías del sector, centradas en la gestación de nuevos sistemas de hardware y electrónica para el control de salidas y entradas en edificios, se mantienen operativas y con buena salud.
Varias siguen manufacturando hoy en día los relojes clásicos de vigilante en un siglo en el que ya se impone el cuarzo y adelantos como el GPS, el acceso por huella dactilar y los avances biométricos de reconocimiento facial por tiempo automatizado del empleado.
En esta entrada exponemos dos relojes de nuestra colección fabricados entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX y rematados en bronce y aluminio lacado.
Vienen equipados con cerradura y movimientos alemanes de cuerda manual y cuentan con métodos similares de registro de turnos mediante discos de papel.
De diseño compacto, lucen una gran argolla en la parte superior, tienen un diámetro que oscila entre los 9,2 y los 10,2 centímetros, un grosor que supera los 4 centímetros y un peso desde medio kilo a alrededor de 800 gramos.
Son muestras, al final del texto podéis ver los vídeos, de una clase muy especializada de reloj mecánico a la que hemos querido dedicar un breve análisis en este blog destinado a los coleccionistas y los amantes de las antigüedades.
Deseamos que el contenido os haya entretenido. Hasta el próximo mes.