En torno a 1850 el conocido fenómeno de la estereoscopía, ya abordado por el geómetra heleno Euclides en el siglo III a. C. y por otros sabios de la antigüedad, encuentra su primera aplicación comercial gracias al incipiente desarrollo de la fotografía.
Louis Jules Duboscq, un joven inventor y fabricante francés nacido en la localidad de Seine-et-Oise, aprendiz de su famoso suegro, Jean-Baptiste-François Soleil, y recordado hoy en día por la alta calidad de sus instrumentos ópticos, presenta en París un aparato estereoscópico acompañado de pares de imágenes sobre daguerrotipo.
Su empresa Dubosq & Soleil adquiere y vende el mejorado diseño lenticular de caja de madera portátil del británico David Brewster, con dos binoculares en la parte superior y aperturas para la entrada de la luz.
La creación obtiene una acogida entusiasta y es imitada hasta la saciedad por otras firmas europeas y estadounidenses, dando lugar a un fenómeno de entretenimiento mundial que estimula un mercado ávido de novedades.
Multitud de patentes e inventos explotan el filón de la imagen tridimensional como nuevo medio de comunicación social y las estanterías de los comercios se llenan de modelos, desde unidades sencillas y portátiles hasta costosos muebles de sobremesa con mecanismos de desplazamiento automatizados.
Interiorizado el efecto social, económico y tecnológico de la Revolución Industrial, el mundo deseaba conocer, saber y descubrir y, de paso, amenizar el proceso y la fotografía estereoscópica les ofrece una experiencia equivalente al impacto de la televisión, un universo de ocio, aprendizaje y divertimento.
Numerosos fotógrafos se suben a la moda y crean catálogos de instantáneas dirigidas a todos los estratos sociales desde obreros, trabajadores y tenderos hasta abogados, médicos y miembros de las clases más acaudaladas.
España no es ajena a la tendencia y profesionales como Charles-Henri Plaut, Ernest Lamy, B. L. Singley, Jean Andrieu y Ron Y. Young retratan monumentos, personas e interiores.
La gran variedad de temas (viajes, países y ciudades, oficios, recreaciones literarias, actos sociales, ferias, pueblos y tribus, eventos científicos, retratos, expediciones, cuentos infantiles…) fomenta el coleccionismo y los adeptos se reúnen para intercambiar estampas, pasar la tarde y contemplar las vistas en torno a su estereoscopio, generando intercambios sociales más allá de la afiliación y la condición.
Aparecen también, con la adopción de la placa seca y la estandarización técnica, aficionados-turistas que hacen, colorean y comparten sus propias imágenes entre familiares y amigos, adquiriendo material y equipos y estimulando más el mercado y la industria, lo que abarata los precios y favorece las ventas.
Al realizar fotos en este formato, se recomendaba definir bien el primer plano para acrecentar la percepción de relieve, aprovechar la luz natural intensa y trabajar con placas de emulsión rápida. Las cámaras más populares eran francesas, alemanas, americanas y británicas (Gaumont, Richard, Enerman, Kodak, Torthon-Pickard…).
La fiebre estereoscópica se acrecienta con el surgimiento de las bases de cartón que, poco a poco, desplazan al cobre y al vidrio como soporte para las imágenes del sector doméstico y con la exhibición del anaglifo, un aparato de experiencia colectiva, que proyectaba sobre una pantalla una pareja de instantáneas planas y, gracias al uso de colores para combinarlas y a unas gafas cromáticas, obtenía una experiencia tridimensional.
Su éxito se extenderá hasta las primeras décadas de la centuria pasada.
La llegada del cine y el asentamiento de la fotografía convencional desplazan el gusto del consumidor. El declive se inicia primero en el Viejo Continente para propagarse después a América, quedando la estereoscopia como una actividad minoritaria propia de nostálgicos.
Hoy queremos remitirnos en este post a la edad dorada del ramo y enseñaros un visor de sobremesa manufacurado en Alemania, un aparato de alta gama destinado a los bolsillos más holgados, viviendas acomodadas y empresarios de feria que acompañaban su exhibición con las notas de un gramófono u organillo.
La unidad, imprescindible en las casas burguesas, está realizada en rica madera de raíz, de tonos marrones anaranjados y adornos en negro ébano, y mide 44 centímetros de alto por 22 de ancho y 21 de grosor.
Trabaja con cristales de 13 centímetros de longitud por 6 de anchura.
Equipa un sistema automatizado de desplazamiento de las vistas a través de dos manivelas laterales y permite ajustar la visualización con la pareja de ruedas ubicadas junto a los mandos.
El carro metálico de la parte superior goza de capacidad para 50 estampas -carece de tres-y se desplaza como si no hubiera pasado una centuria desde que el primer propietario poso sus manos en la superficie.
Al accionar la manivela, cada diapositiva avanza y se eleva hasta situarse entre las lentes extensibles y la entrada de luz, una superficie de cristal esmerilado en el reverso de la estructura.
Tiene la peculiaridad, que refuerza su carácter genuino e incrementa su valor al ligarla a una historia y un espacio-tiempo concreto, de que alberga una escena donde puede verse a parte del núcleo familiar, madre e hija, jugando con el visor estereoscópico que ilustra estas imágenes, seguramente inmortalizadas por el progenitor.
Un momento que se suma a otras diapositivas hogareñas, con retratos íntimos de la mujer amamantando a un bebé o el padre jugando con su vástago, así como salidas y viajes en común, ecos de vidas pasadas.
La tapa superior de la pieza, articulada y dotada con tirador, se abre en dos partes y en uno de los lados incluye un espejo.
Un visor de coleccionista que despierta cariño y ternura a los ojos de un habitante del presente siglo y que sigue plenamente operativo e intacto, apenas un par de saltados en la madera, pese a los vaivenes y el azote del tiempo.
Si queréis saber más sobre los aparatos estereoscópicos podéis consultar nuestra entrada de marzo de 2013:
Que tengáis un buen mes.