Un siglo antes del nacimiento del cinematógrafo aparecen varios productos comerciales de entretenimiento infantil que emplean el papel como soporte.
Artículos de manufactura artesanal para un público acomodado como los teatros victorianos, los pliegos de imágenes para montar -originarios de Francia y dedicados a figuras egregias, soldados, muñecas y personajes de cuento-y las primitivas estampas de diversa factura acabadas en blanco y negro.
Tarjetas ilustradas que los menores adherían con frecuencia a los populares libros de recortes y que serán el germen de los cromos y los álbumes que se popularizarán a lo largo de las décadas siguientes y especialmente en la primera mitad de la centuria posterior.
Una costumbre que se remonta a los sumerios y a los pergaminos que grababan con secuencias de un mismo dibujo para que fueran intercambiados por los infantes.
La evolución de las técnicas de impresión facilita que estas referencias se refinen, adoptando formas tridimensionales mediante el uso del relieve, algo que sucede en torno a 1820, y revolucionando la industria con la mecanización del proceso de coloreado, posible gracias a la cromolitografía inventada por Godofredo Engelmann que agiliza e incrementa la producción a finales de los años treinta.
La editorial pionera fue la polaca M&S (Mamelok & Söhne), fundada a principios del XIX y considerada la más antigua en esta materia.
Establecida en la localidad de Breslau (Wroclaw), la empresa comienza imprimiendo oleografías y cromos troquelados a color de gran calidad que optimiza con estampados, barnizados, resaltes, brillos y diferentes decoraciones y temáticas.
Su visión y excelencia la colocan al frente del sector y habrá que esperar algunas décadas para que surjan competidores a su altura en Europa, sobre todo en Alemania, Francia, Austria, Inglaterra y después, a raíz del cierre de fronteras causado por la Segunda Guerra Mundial, en los países nórdicos (Priester & Eyck, Emanuel Heller, Mittet & Co., Eric F. Olsson & Co., Rafael Tuck & Son, W. Hagelberg…).
La compañía, que en años posteriores adquiere otras sociedades para mejorar su capacitación tecnológica -las germanas Littauer & Boysen y Heilbronn & Pinner-se refunda en 1934 en Londres con el nombre Mamelok Press Ltd.
Tras algunos problemas financierios, sobrevive hoy en día bajo la marca Mamelok Papercraft publicando escenas troqueladas de querubines, gatos, decoraciones navideñas, relatos para infantes, letras con purpurina, banderas, frisos, guirnaldas y también bellas tarjetas y máscaras de personajes famosos.
Las estampas de la firma gustan al público y, poco a poco, crece la pasión por coleccionarlas y pegarlas, a modo de elemento ornamental o para recopilarlas sin quebranto, en cuadernos y carpetas e incluso en piezas decorativas y de mobiliario.
La fama y penetración del nuevo soporte y su fuerza como vehículo publicitario capta la atención del sector empresarial, interesado en cualquier representación gráfica (carnets de baile, invitaciones, etiquetas, programas, almanaques, paipáis, envoltorios…) que incitara al consumo a la clase burguesa y se relacionara con sus gustos y aspiraciones.
Piezas de papel, impresas con temas infantiles, panorámicas o figuras femeninas y atesoradas con esmero por los particulares, que florecen a partir de 1850 con el desarrollo de la fotografía y sistemas como la fototipia, la tricomía y el huecograbado, aunque el dibujo y la ilustración son las técnicas más apreciadas.
Al parecer, fueron los panaderos y reposteros alemanes los primeros en emplear cromos para embellecer sus tartas y creaciones y usarlos como gancho entre sus clientes.
La iniciativa cala entre las compañías con intereses en el mercado infantil y así chocolateras, reposteras y fabricantes de dulces, caramelos, galletas y pasteles de Francia y Holanda empiezan a distribuir, de forma gratuita, cromos con sus productos.
Estas referencias, de carácter cultural, artístico y divulgativo, abarcan múltiples temáticas y a partir de 1880 algunas unidades emplean materiales costosos en su realización como seda, pan de oro y polvo de mica blanca.
Otras empresas, con artículos dirigidos al público adulto, siguen el mismo camino y encontramos cromos promocionados por licoreras y tabaqueras y también por talleres, fábricas, conserveras y alimentarias.
La moda se generaliza en Europa a principios del siglo XX y llega a España mediante la importación de mercancías, sobre todo francesas.
Rápidamente es adoptada por las enseñas autóctonas aunque será una compañía suiza establecida en Barcelona, Nestlé, quién, en torno a 1926, edite los primeros álbumes de cromos infantiles en nuestro país, dibujados por Clapera, como estrategia comercial y para construir imagen corporativa.
Se regalaban con sus productos chocolateros e incluían mensajes publicitarios sobre su gama de referencias (chocolate Kohler, harina lacteada, mantequilla La Lechera…).
Contaban con bellas ilustraciones a color, venían impresos en papel de calidad y tenían una finalidad didáctica y explicativa con secuencias sobre imprudencias y peligros urbanos, monumentos, fauna, medios de locomoción y fenómenos de la naturaleza.
Otras firmas del ramo fueron Juncosa con sus álbumes históricos, Chocolates Batanga con sus escenas de pueblos africanos, la Casa Amatller, que incluía en sus tabletas preciosas estampas firmadas por ilustradores como Apeles Mestre, Gaspar Camps y José Segrelles, o las sociedades Bubí, Lloveras, Solsona y Torrás.
Entre finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado surgen los sobres de cromos y la venta a través de librerías y quioscos.
La afición se generaliza y aparecen todo tipo de editoriales para satisfacer una demanda que alcanza su punto álgido durante las dos décadas posteriores cuando raro es el niño que no tiene abierta alguna colección y juega e intercambia cromos con sus amigos hasta completar el libro correspondiente.
Maga, Rollán, Coled, Ferma o Barsal adoptan sus productos al gusto dominante y lanzan álbumes sobre deportes, fábulas, automóviles, descubrimientos, monstruos, cosas curiosas y personajes famosos.
En los 70 y 80 se vuelve a la fórmula primigenia y los cromos se distribuyen de nuevo a través de marcas de chicles, yogures, pipas, lácteos, pan de molde y pastelitos.
El mercado pierde fuerza a partir de 1975 con la llegada de la televisión en color y muchas editoriales se ven abocadas a la desaparición.
Hoy en día, el negocio sobrevive dominado por empresas como Panini y centrado en el fútbol y las series televisivas.
Uno de los ámbitos que desde el principio forma parte de la temática de los cromos es el mundo del espectáculo, en los inicios con el circo y los artistas de teatro, cuyas caras también decoraban las cajas de cerillas, y desde 1915 con el cine mudo y las nuevas estrellas de Hollywood.
Con la aparición y consolidación de los álbumes como producto de entretenimiento y el desarrollo de las películas con sonido y a todo color, la cinematografía y la industria de los cromos forman una alianza que se retroalimenta y ofrece beneficios para ambos.
Cualquier éxito que se precie tiene su correspondiente traslación a un álbum y esto incrementa el rendimiento del film, aumenta la base de seguidores de actores y películas y crea suscriptores y clientes fieles para las editoriales.
Esta subcategoría dentro del coleccionismo de cromos experimenta su etapa más brillante entre 1940 y 1970 aunque se mantiene en años posteriores gracias a toda la gama de libros de estampas derivados de las nuevas series infantiles producidas para la televisión (La abeja maya, Mazinger Z, Marco…).
Según los datos recopilados por Juan José Plans en su estudio ‘Cromos de películas’, más de una veintena de editoriales españolas trabajaron en el ámbito del Séptimo Arte.
Los primeros productos en aparecer, en línea con los comercializados por las famosas compañías extranjeras, se centran en los actores y actrices y siguen ligados a las compañías de dulces.
En la década de 193o salen ‘Las estrellas del cine y sus gestos’, con cromos en papel fotográfico, ‘Estampas de Cine’, de Producciones Cinematográficas Manuel Amate y patrocinado por una casa de caramelos de Granada, y ‘Estrellas del Cine’ distribuido por la propia Nestlé.
En la investigación apuntada, el lanzamiento de este tipo de libros se inicia en 1941 con ‘Blanca Nieves y los Siete Enanos’ basado en la cinta de Disney y continúa con ‘Astros y estrellas del firmamento cinematográfico. Álbum Cinefoto’ (Bruguera, 1942).
El primero, de la compañía FHER, tenía 56 páginas, incluía 216 cromos con dibujos a color y se vendía a 2,50 pesetas.
Esta empresa será una de las más activas publicando referencias como ‘El Capitán Blood’ y ‘El Signo del Zorro’, ambas de 1944, ‘Policía Montada del Canadá’ (1945), ‘Dodge, ciudad sin ley’ (1949), con 180 unidades en blanco y negro, o ‘Bambi’ en 1950.
Al igual que la madrileña Tridex con ‘Los Crímenes del Museo de Cera’, la bilbaina lanza también algunos títulos de terror (‘Frankenstein y el hombre lobo’ y ‘El misterioso Doctor Satán’), una temática con muchos seguidores en la actualidad.
Otras editoriales con una importante presencia en el mercado fueron las catalanas Cliper y la ya citada Bruguera a las que debemos referencias del nivel de ‘El Halcón y la Flecha’ y ‘Kim de la India’ (1951), ‘Las minas del Rey Salomón’ (1952), ‘El hidalgo de los mares’ (1954), ‘Sissi’ (1957), ‘Los Diez Mandamientos’ (1959) y ‘Ben-Hur’, comercializada en 1960.
En un rango de menor peso, sobresalen Ruíz-Romero con ‘Garbancito de la Mancha’ de 1946 y sus series de ‘Estrellas de la pantalla’ y Bistagne con ‘El Cisne Negro’ y ‘El Príncipe Valiente’ de 1949 y 1955.
En décadas posteriores, resaltan Pacosa Dos Internacional con los álbumes ‘La guerra de las Galaxias’, ‘Spider-Man’ y ‘El Retorno del Jedi’, comercializados entre 1977 y 1983 y conformados con fotogramas, y Panini con ‘Harry Potter y la piedra filosofal’ de 2001, el filme más moderno recogido en el listado ofrecido por el escritor y periodista asturiano.
Compañías apreciadas también por los coleccionistas son la valenciana Maga (‘Galáctica’ y ‘Grease’, 1979) y la barcelonesa Ediciones Este (‘E.T. El Extra-Terrestre’, 1982), aunque es posible citar una retahíla de nombres notables (Sima, Tridex, Ricart, Merlín, Mandolina, Dólar, Unión de Ediciones, Cromo Crom, Aston, Exclusivas Gráficas…).
Figuras como el Cid, Robin, Supermán, Peter Pan, Rin Tin Tin, Tarzán y Mary Poppins adquieren una nueva devoción en el formato cromo y los dibujos, fotogramas, cromotipias y fotografías que ilustran los álbumes entran a formar parte de la memoria infantil.
Trozos de papel que abren una ventana al mundo, ofrecen distracción y estimulan la imaginación y la sociabilidad de varias generaciones de niños españoles.
Son esos vívidos recuerdos de juegos, apuestas e intrincados cambios de manos hasta obtener el tesoro deseado, que tenían lugar en la calle y el patio del colegio, los que alimentan hoy el espíritu de los coleccionistas y mantienen viva la afición.